Bicentenario

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXXXI)

  • Resumen capítulo anterior: Los diarios ingleses traducidos hablan de una conmoción popular, del encarcelamiento del gobernador de la Isla y, en definitiva, ponen en tela de juicio la lealtad de los cubanos a la patria. América estaba esperando la oportunidad de vengarse, de devolver los golpes injustos que infligimos a sus habitantes y parece que ha llegado el momento.

Los acontecimientos que de forma precipitada se estaban dando en la Isla y en las cercanías de Chiclana nos hicieron madrugar y en calesa dirigirnos hasta el puente de Suazo, donde Eguía nos esperaba a algunos de los redactores de la prensa gaditana. Desde el día 4 de este mes de Marzo se había ordenado retirar las fuerzas de artillería que estaban al otro lado del puente. La intención era que el mismo día 5 estuviera cortado, una vez pasara un oficial del Estado Mayor con una compañía de granaderos. Los barcos habían fondeado en la cabeza del mismo puente en espera de órdenes en la mañana del día 5, al que pronto el Regimiento de Guadix reforzaría.

Mis botines pisaban la cola del puente, donde hacía apenas dos días se produjo un fuego de metralla y bala rasa entre la batería de San Genis y las lanchas del apostadero. Una hora en que el enemigo perdió la esperanza, teniendo que retirarse. Pero las noticias sobre el movimiento que el General Lapeña hacía en el Cerro del Puerco llegaron a Cádiz, de forma tan oportuna que dio tiempo a los que escribíamos sobre la guerra a acudir a enterarnos de primera mano. Los enemigos se dirigían desde Chiclana al campamento de Torre Bermeja, concentrándose en gran número.

La tropa que llegaba del frente, herida y abatida, contaba entre dientes cómo el General Zayas, al enterarse de que eran tropas españolas las que se batían al otro lado, mandó echar el puente para que pudieran pasar las tropas en su apoyo. No dio tiempo y los barcos sirvieron para el paso de los ejércitos, como el batallón de Cazadores de Infantería al mando de Don Demetrio O´Dale, que logró hacerse con la batería francesa llamada de Las Flechas, y prosiguió hasta reunirse con las tropas de Lapeña en el pinar. Pasaron luego en los mismos barcos el regimiento de Irlanda, la Legión Extranjera.

Todo fue muy rápido. Apenas marcaba el reloj las cuatro de la tarde cuando los franceses empezaron a retirarse, cargados con sus mulas, equipajes y armas hacia el cerro de Santa Ana, donde quedaron en formación y reforzando las baterías de su posición en Chiclana. La guerrilla instalada en el Portazgo se apoderó de los parapetos enemigos del arrecife, mientras eran protegidos por las fuerzas sutiles del caño Zurraque.

El fuego se cruzaba desde todos los lugares a todos las esquinas donde españoles y franceses ocupaban sus posiciones. Desde la bahía a las del Puerto de Santa María, desde las baterías que cubren la línea que va desde el Arsenal de la Carraca hasta Gallineras, hacia las baterías enemigas de Bellune, Palmar, Ruffin y Granaderos.

EL trabajo de las trincheras cercanas a Sancti Petri, la tala de pinos y la demolición de Las Flechas, fortificación hasta el momento en manos francesas, ha ocupado el tiempo de los soldados españoles. Están bien posicionados sobre el Molino de Almansa y Torre Bermeja. La noche se acercaba y las tropas inglesas comenzaban a cruzar el puente de Sancti Petri de vuelta a casa. Una mezcla de colores se aproximaba a tierra: soldados walones y españoles volvían a la Isla.

El comandante del Arsenal había dado órdenes de atender a la Carraca, donde tres columnas, entre las que destacaba la compañía de Cazadores del Regimiento de la Patria, avanzaban hacia la Venta Grande en guerrilla.

Amanece en la Isla. La vigilia, el hambre y el cansancio hacen mella en todos nosotros. El olor a pólvora y a fuego impregna el aire frío de esta mañana de Marzo, mañana en la que todos y cada uno de los hombres aquí destinados se han batido de un modo u otro contra los enemigos. Desde el Coto de la Grana su comandante ha hecho fuego toda la noche contra el enemigo. Hasta dieciocho botes llenos de soldados ingleses y unos ochenta españoles, acompañados por la fragata Esmeralda, han logrado desembarcar en el Castillo de Santa Catalina en el Puerto de Santa María, logrando la rendición del mismo. Lo mismo han conseguido hacer con la batería de Eguía, el fuerte de la Puntilla cercana a Rota. Dos botes más, con hombres del Batallón de Imperiales de Toledo, llegaron a la Boca del Guadalete para reforzar a los aliados.

Escuchar a los hombres de vuelta narrar los hechos acontecidos en la noche parecía transportarnos a un tiempo remoto; era imposible imaginar que ante tanta escaramuza estuvieran de vuelta sanos y salvos.

Prueba de la pérdida de terreno por parte de los enemigos de la parte sur del pinar de Chiclana era el repliegue de parte de sus tropas hacia Puerto Real, varios cuerpos de Infantería, alguna caballería, artillería y mulas de carga con municiones y equipajes. Aún ahora, en que escribo dejándome caer en el pretil del puente, los hombres hablan de más de quinientos o seiscientos infantes pasando hacia el Puerto de Santa María y aunque incluso ahora el fuego arrecia, el camino de Navero y Jarales de Medina se aprecian hombres buscando posiciones cubriéndose con los carros.

Llegan los heridos desde el campo enemigo y entre ellos se dice que el General francés Ruffin ha sido traído en andas por soldados españoles.

El humo y el olor a quemado de la batería francesa de Las Flechas llegan hasta este puente. Los árboles talados del Molino de Montecorto llegan a cientos en barcas, mezclados con los heridos y las armas abandonadas del campo de batalla. Las banderas de los ejércitos españoles ondean en las posiciones tomadas, conservando las posiciones en los baluartes de Santa Ana, San Cristóbal y San Pablo. El fuego no procede solo de las baterías tomadas por nuestros ejércitos, los soldados franceses queman las barracas de patriotas en las lindes de Chiclana.

Ahora es el momento justo en el que creo debo dejar mi sitio a los grupos de mujeres que se apresuran a atender a los heridos, que en carretones son llevados a San Carlos. Es difícil y no logro acostúmbrame a ver los colgajos ensangrentados donde antes estaban brazos y piernas con los que los hombres eran útiles. No tenía ningún sentido ya permanecer en la Isla, debía volver al periódico y escribir para la salida del Conciso de mañana.

Diego de Ustáriz

Continuará

03153017

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