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Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXXIII)

  • Resumen capítulo anterior: Ustáriz y Benjumea deciden insertar en el Conciso algunos de los planes e ideas que personas anónimas del pueblo, mandan a la editorial para sugerir como acabar con la guerra. Todos están cansados de que las autoridades militares solo se preocupen de ascender y ocupar cargos relevantes.

Y llegó la Doncella recogiendo velas ante lo imponente del temporal. Llegó con papeles de América y trajo consigo el apoyo rotundo de la Habana a la causa española, a la proclamación de las Cortes. Es curioso como el mar endulza los hechos, curioso como el tiempo en cruzarlos hace que las noticias parezcan lejanas y difusas. Lo que ayer nos preocupaba y no sabíamos como discurrirían con el tiempo, seguirá siendo una incógnita para los americanos, cuando aquí ya se habrá resuelto. El mar, estas aguas sorprendentes, que han enriquecido a muchos y que se presenta en estas fechas embravecidas y crueles para los que las cruzan.

Tanto Ignacio como yo creíamos que solo vendrían papeles, sin embargo en el cuaderno de vigía se avisaba de la llegada del diputado por Cuba, Juan Bernardo O`Gavan Guerra, elegido por Santiago. Sacerdote ordenado en 1805, que con apenas veintinueve años ya enseñaba Derecho Canónigo en la Universidad de La Habana. Conocíamos algunos de sus escritos, siendo Provisor y Vicario de La Habana, se había mostrado en contra de la Inquisición. Sin embargo y como era ya corriente entre este grupo de eclesiásticos dubitativos y ambiguos, no apoyaba la abolición de la esclavitud. Su mejora para las clases indígenas se circunscribía a la creación de escuelas que favorecieran la formación de las tribus, pero sin permitirle la libertad. Una libertad que puede hacer posible que estas minorías pudieran disfrutar de muchos de los aspectos que defendía en sus escritos, la mejora de la isla cubana, la creación de una universidad literaria, hospitales y escuelas. Como uno más de tantos criollos que llegaban a la ciudad, las ideas económicas son las que prevalecen por encima de las sociales, sumándose a la petición de la abolición de los derechos de aduanas y la extinción de las alcabalas y estancos.

El hombre que vimos bajar de la Doncella, era un hombre corpulento, bien parecido con el pelo ensortijado y claro, que parecía doblar la edad que en verdad tenía. Le esperaba en el muelle, junto a los fardos que los gallegos se apresuraban por subir a los carros, el diputado por la región zacateca, José Miguel Gordón y Barrios. Tenía que llevar al diputado cubano al mismo lugar donde este se hospedaba, en la plaza de las Descalzas. Sin lugar a dudas, el mejor de los lugares donde podría haber sospechado alojarse.

El proceso por el que algunos de los redactores podíamos acceder tanto a estos hombres, como a los papeles que llegaban de otros puertos, era muy complicado. Todos ellos pasaban directamente al gobernador de la ciudad, y pedir que se nos permitiera leerlos, suponía sin duda informar a los lectores con meses de retraso con respecto al origen de la noticia. De ahí, que utilizábamos otras fuentes menos directas pero no por ello menos fiables. La mayoría de las veces, los marineros de los barcos, los oficiales, conocían al dedillo todo lo ocurrido en los puertos de origen. Meses de navegación, hacían que la convivencia aflojara la lengua de los escribientes y finalmente la mayoría de la tripulación sabía cual era el valor de la carga, la cantidad de donativos procedentes de las gentes de América y hasta la letra pequeña y menuda de los papeles que al parecer tan secretamente guardaban los capitanes en sus camarotes.

Se dirigió hacía nosotros Carreño, el impresor del Conciso en las últimas semanas, después de suceder a José Niel. Venía del edificio de la Aduana, entró en el muelle y se aproximó a la escala de la Doncella, con la seguridad de que alguien bajaría dispuesto a encontrarle. Ignacio y yo sentimos curiosidad por la identidad de esa persona a la que Don Miguel esperaba cerca del cantil del muelle. Los marineros aun se afanaban por atar los enormes cabos al noray, justo cuando los golpes de mar por el temporal lanzaban a la goleta fuertemente contra la pared del muelle. Empezaba a llover con fuerza y los cargadores se apresuraban a sacar la mercancía que el barco traía para los comerciantes de la ciudad. Grandes planchas de cobre, astas de reses y cueros se amontonaban en el suelo en espera a ser cargado sobre las mulas que a duras penas pasaban por la Puerta del Mar hacía las calles gaditanas, para ser guardada en las accesorias de los patios gaditanos.

Ignacio y yo habíamos terminado nuestro trabajo, los papeles hablan de la Habana, de los acontecimientos ocurridos en Rio de Janeiro, del apoyo al monarca apresado por Napoleón. Teníamos el tiempo suficiente para preparar la edición siguiente del Conciso.

Bajó por aquella escalera que se movía peligrosamente por el viento, alto, delgado, embutido en un traje blanco que destacaba sobre la gris mañana. Bien peinado, con un pequeño bigote engominado. Su piel oscura y brillante destacaba sobre su impoluto traje blanco. Sus ademanes al andar, dejándose caer de forma cadenciosa sobre un bastón perfectamente trabajado, se parecía a la sinuosa y rítmica voz con la que saludo a Dº Manuel. Sentíamos curiosidad por saber quien era ese personaje de teatro que llegaba en la goleta y al que el serio editor del Conciso, del que apenas sabíamos nada, saludaba con tanta adulación.

Verdaderamente no hizo falta esperar mucho, cuando nos disponíamos a partir por la puerta del Mar, Carreño hizo ademan de llamarnos y que fuéramos hacía donde se encontraba con el recién llegado. Aunque en un primer momento creímos que solo pretendía presentarnos a este individuo que seguro podía contarnos noticias interesantes de Cuba, pronto descubrimos que la intención del editor era bien distinta. Matamoros, nombre con el que se presento el individuo de tez oscura, era redactor del seminario, El Eco Cúbense, y llegaba precisamente desde Santiago para escribir sobre los acontecimientos que estaban ocurriendo en España. Se nos exigió máxima colaboración con este individuo cuyo aspecto de superioridad era latente y al que prácticamente obligado por el que era mi mentor en Cádiz, me vi obligado a hospedar en una de las habitaciones de mi casa.

Diego de Ustáriz

Continuará

03153017

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