Bicentenario

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXXX)

  • Resumen capítulo anterior: Napoleón ha sabido sacar partido a los ejércitos revolucionarios, cuerpos integrados por más de treinta y cinco mil hombres y más de mil quinientas piezas de artillería en cada división. Esta es la verdadera causa de la pérdida continua de ciudades españoles frente a los cuales, nuestras tropas, faltas de entrenamiento y sometidas a continuas pugnas, no pueden hacer nada.

Cádiz,  3 de Marzo de 1811.

Claudio Martínez de Pinillos ha escrito en esta semana una carta, a este y a otros periódicos, mostrando  su disgusto y contrariedad ante la traducción  que en estos mismos  se ha hecho del publicado en la Gaceta Gibraltar Cronicle.  La llegada del diputado de Cuba, junto al que vino mi irritante huésped Matamoros, no trajo noticias de ninguna revuelta en la isla del Caribe; sin embargo, los papeles traducidos hablan de una conmoción popular, del encarcelamiento del gobernador de la Isla y, en definitiva, ponen en tela de juicio la lealtad de los cubanos a la patria. Con la seguridad de que el señor Pinillos, por  su relación directa a través de los navíos de su propiedad que llegan de aquellos lares, esté más informado que los papeles, de seguro atrasados y mal intencionados, tanto Ignacio como yo mismo, e incluso los redactores del Diario Mercantil,  hemos mostrado nuestra intención de contestar a su carta y dar las explicaciones necesarias a este tema.

Tomar el café de la mañana en el Apolo o en el Correo supone compartir las informaciones que nos llegan y las fuentes de las que proceden. Quintana, últimamente enfrascado en asuntos más relevantes para la nación, confía ciegamente en la gente que trabajamos para la publicación, pero pese a eso la comunicación entre este y nosotros es continua. 

Entre la mesa de billar y la barra del café de Celis  un velador rectangular se prestaba como mesa de trabajo para Ignacio, Matías y algunos otros redactores, que queríamos publicar la carta de contestación al  Señor Pinillos la mañana siguiente. No era tanto el objeto mostrar la realidad de los hechos, sino explicar el motivo por el que la prensa gaditana se da prisa en publicar, a veces sin pruebas fehacientes, noticias como estas. América está lejos y el océano que nos separa mitiga las furias de los  hechos.  Escuchar o leer que se producen revueltas en las colonias se está convirtiendo en algo tan habitual que, por el temor de perder la guerra ante el déspota europeo, oír que alguno de nuestros leales compatriotas se aleja de la afrenta nos incomoda y asusta de tal modo que nos lanzamos de lleno a publicarlo.

Las fuentes por las que conocimos las revueltas de Caracas, Cartagena, Buenos Aires y  Santa Fe  fueron precisamente los diarios ingleses.  No pudimos entonces más que creer, viendo además los documentos en que se proclama la segregación de los cubanos. 

Todos compartimos esta introducción a la respuesta unísona que íbamos a publicar al día siguiente; sin embargo,  yo mismo reiteré la necesidad de aludir al silencio del gobierno en cuanto a lo que sucede en América. Pese a la oposición de Matías, del Redactor General, yo mismo he optado por recoger alguna de esas ideas en mi periódico y lo mismo va a  hacer el Diario Mercantil. 

Apenas unos comentarios insulsos ante las revueltas de Caracas y Buenos Aires; apenas unas frases de orgullo ante la fiel lealtad y apoyo de Montevideo. Desde entonces, nada más que comentar o decir de la nefasta situación que viven en América. Pero las noticias llegan, si bien es cierto que es difícil ante la lejanía y el tiempo contrastarlas. La gente llega, los barcos de América atracan en este puerto a diario y cómo ignorar lo que ocurre en México, en  que ha prendido la guerra civil. Las tierras españolas y americanas nos abandonan y los americanos insultan a los españoles y europeos, diciendo que somos imbéciles, que navegamos hacia la nada, donde nos han llevado nuestros vicios y nuestra degradación. América estaba esperando la oportunidad de vengarse, de devolver los golpes injustos que infligimos a sus habitantes. Pero no lo hacen para defender a los indígenas que lo sustentan, lo hacen en nombre de una clase más funesta e hipócrita que la aristocracia absoluta que nos mermó  la libertad en España.  

Matamoros  escuchaba desde su esquina preferida, donde embetunaban sus zapatos de piel impolutos. No podía, mirando su rostro, más que ver el rostro de aquellos criollos que querían fomentar el abismo entre españoles y americanos. Me tocaba compartir con este hombre la sonrisa de María y las risas de mi pequeño Eduardo, no estaba dispuesto a compartir sus ideales esclavistas y clasistas.  Es hora de que el gobierno sepa de sus posesiones por las autoridades allí establecidas y no por hombres como este, que muestra una Cuba insulsa que quiere copiar a pie juntillas la moda francesa. Esta es la mejor de las respuestas, a falta de información veraz de nuestro gobierno, no nos queda otra que interpretar lo que nos llega. 

Francamente prefiero informar sobre los derroteros de la guerra, honradamente prefiero la pulcritud y la inocencia de los soldados que día tras día defienden desde Puntales los ataques continuos desde Matagorda. Cuánto echo de menos mi diario de guerra y cuánto daría por cambiarlo por este sucesivo relato de demagogia política.

No pude retirarme de aquel café sin levantarme  y  decir en voz alta cómo a los ingleses se les aligeraba la mano escribiendo sobre la separación de América y España.  He aquí la verdadera razón del brindado apoyo inglés en la contienda, se están mostrando las cartas, es tan grande la envidia por el próspero comercio, tan grande la avaricia por poseer tierras y mares.  Y como prueba, la mano tendida del gobierno inglés a los separatistas americanos, queriendo hacer ver que  los españoles somos para los americanos como los franceses para nosotros.

Aunque ensimismado en mi perorata, pude ver como entregaban una carta a Matamoros. Era una nota simple, sin sobre, apenas doblada, que se acercó a la nariz haciendo un gesto placentero. Se levantó rápidamente  dejando caer unas monedas en la caja del betunero y desapareció por la puerta.

Sentí la necesidad de seguirle, ver dónde conducía sus pasos y saber de sus encuentros. Pero no hice nada, los papeles se desparramaban por la mesa, y los hombres, enfrascados en sus escritos, no merecían mi desprecio.

Diego de Ustáriz

Continuará

03153017

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