Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Bicentenario

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXXIX)

  • Resumen capítulo anterior: La epidemia de fiebre amarilla parece remitir y las Cortes se trasladan a esta ciudad de Cádiz. La ciudad se ha convertido en el último reducto ante las continuas derrotas de nuestros ejércitos, el lugar idóneo para partir hacía América y reconstruir el país. Seguir legislando desde la convicción de un nuevo estado liberal.

Desde Octubre de 1807 a Agosto de 1810 han entrado en España más de cuatrocientos mil infantes y cerca de setenta mil hombres de la caballería francesa. Esto solo por la parte de Vizcaya, ya que por Cataluña han entrado más de ciento cincuenta mil si le unimos los cien mil que han entrado en los últimos meses del año pasado; de ellos más de trescientos mil ya no viven. Mientras estos soldados entran, se aposentan y van tomando ciudades, mujeres y casas, la población de esta ciudad no se resiste a abandonar sus costumbres, sus negocios, el comercio.

Las noticias sobre las levas continuas de soldados en los territorios franceses son continuas. Ahora Bonaparte ha decretado el alistamiento de cuarenta mil jóvenes de entre trece y dieciséis años, muchachos inocentes que serán arrancados del seno materno para morir en tierras extranjeras. Levas forzosas, tropas extranjeras mercenarias, criminales y vagabundos obligados a incorporarse al ejército. No tiene más remedio que contar con una estructura militar capaz de hacer frente a todas las Alianzas europeas, que se constituyen una y otra vez para vencerles.

Ha sabido sacar partido a los ejércitos revolucionarios, ha ampliado el papel de la artillería y de la caballería. Haber dividido el ejército en cuerpos autónomos le había otorgado una mayor movilidad y capacidad de maniobra. Sus divisiones, compuestas por infantería, caballería y artillería, se comportan como un ejército completo con total autonomía y libertad de acción; esto es lo que está causando más daño a los países conquistados, cuerpos que integran entre veinte y treinta y cinco mil hombres, con más de mil quinientas piezas de artillería.

Es tal la fuerza de estas tropas que las Cortes, en sesión secreta, el Ministerio de la Guerra, está noche pasada ha tenido que contestar a la Comisión de las Cortes, que pregunta insistentemente por la pérdida continua de ciudades españolas y por la situación de desgracia en la que han caído los ejércitos. Hemos recopilado algunas de las ideas que quieren aportar alguna luz sobre lo que está aconteciendo. Los expertos señalan que es debido, sobre todo, a la creación de cuerpos nuevos con gente bisoña, a la subdivisión del ejército con el que se contaba al inicio de la guerra, a la proliferación de altos cargos, a la falta de educación militar y de campos de adiestramiento, de mapas y planos y a la mudanza frecuente de los generales. Pero no solo culpan a los ejércitos como la causa de todos los males, también a las discordias infinitas de las Juntas, a la falta de unidad del gobierno, a las malas e inadecuadas órdenes de las Juntas para que los ejércitos salieran de las ciudades a las líneas de operaciones sin estar preparados. No puede obviarse algo de lo que ya he escrito al principio de este día, los aguerridos hombres que batallan en las líneas ya tomadas, frente a nuestras tropas, desprovistas de las más mínimas necesidades. La caballería, una de las armas más distinguidas de España, aniquilada por los reglamentos que han perseguido el refinamiento de las castas, sin instrucción por falta de tiempo. Y junto a todo esto, la gente de los pueblos ocupados que huye buscando refugio en los que quedan libres solo provocan desórdenes, y el aumento de la población y la necesidad de mantenerla hacen que se acelere la rendición. Ante este panorama se han dado algunas recetas para mejorar el problema que llevará, sin duda, a la ocupación total de España, como aumentar la disciplina de los soldados, que los ascensos militares se correspondan a la demostración del valor y a la entrega, que en cada ejército haya academias de cadetes y que no se pongan trabas a los Generales para ejercer su oficio.

Desde el día 22 de Noviembre, en el que comienza en estas Islas la publicación del Seminario Patriótico , el interés de Quintana y de otro de los redactores, amigo también de correrías en los tiempo de Madrid, Juan Álvarez Guerra, no ha sido otro que éste, el de plasmar todo lo que ocurre en las sesiones de las Cortes. No solo lo oficial, sino lo que más interesa al público que pueda leerlos, la opinión del pueblo que escucha los debates, los comentarios y discusiones, ejerciendo un juicio crítico de lo que allí está sucediendo. Por esto las discusiones sobre asuntos de la guerra resultan tan emotivas. Son jóvenes españoles los que quedan muertos en los campos y tierras españolas y no podemos conformarnos con unas respuestas demagógicas y faltas de contenidos como las dadas por los señores diputados.

Otra cuestión estaba sobre la mesa, el alistamiento de los gaditanos se hace indispensable a pesar de lo dificultoso por la cantidad de autoridades que quieren llevarla a cabo. La lógica ha llegado al hemiciclo y se va a nombrar a un General de confianza que la lleve a la práctica, aunque la primera de las acciones será sacar de los batallones de Voluntarios de Cádiz y de las Milicias Urbanas a los desertores que haya de los ejércitos, para que acudan en primer lugar a donde les corresponda.

Llueve. Soporto esta tenue y frágil lluvia esperando, como otro día cualquiera, a estos barcos y navíos que atracan en el puerto. Espero bajo un toldo de lona que sostiene a duras penas el peso del agua acumulada, mientras leo la prensa pasada y la anoto en mi Diario. Desde el cantil del muelle las bombardas y brulotes españoles zigzaguean la bahía, intentando pasar incólumes ante el fuego de las baterías enemigas. Tener que bajar hasta el muelle todos los días con Ignacio no me importaba, disfrutaba con la visión de los productos que bajaban hacia el mercado y con las noticias frescas y curiosas de los marineros venidos de otras tierras, pero desde que llegó Matamoros me incomodaba irme de casa y dejarlo con María hasta que terminaba de ponerse sus afeites, antes de salir a la sesiones de las Cortes. Sé que a ella tampoco le gusta su presencia. No lo dice, pero la noto nerviosa y temo que, de continuar en casa, pueda producirse un problema grave entre nosotros que mande al infierno incluso mi amistad o compromiso con Carreño. Las miradas lascivas del cubano hacia las mujeres gaditanas no las omite hacia María, olvidando cualquier rectitud noble por el solo hecho de estar hospedado en mi casa.

Diego de Ustáriz

Continuará

LA MUJER GADITANA MITO, LEYENDA Y POESÍA

Flor de un día. Manuel Angelón s. 1815

03153017

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