La Alameda de Cádiz a través de los ojos de los viajeros románticos
Historia de Cádiz
El primitivo paseo tenía una mayor anchura por estar distante de las casas, que se fueron acercando al mar conforme la ciudad se expandía
Nuestra querida Alameda, un paseo ajardinado sobre las murallas que mira al mar, un paseo que ha cautivado los sentidos de tantos y tantos viajeros a lo largo de los siglos desde sus orígenes. Mi propósito es llevar a cabo un recorrido por los cambios que ha experimentado a través de la mirada de esos viajeros que llegaron a nuestra ciudad. Empecemos por sus orígenes. Primero vamos a aclarar que el espacio de la Alameda de Apodaca a mediados del siglo XVIII estaba sin urbanizar, es decir, las murallas actuales no existían, tan solo una serie de acantilados naturales que el mar se había ido comiendo poco a poco, hasta el punto de que en esos tiempos se podían observar bajo las aguas restos de antiguas ruinas pertenecientes probablemente a la arcaica ciudad romana.
Acudiendo a la obra de Smith Somariba de 1913 nos encontramos con que en primer lugar el apelativo de Apodaca se le dio en el año 1856 en honor del Almirante de la Armada Juan Ruiz de Apodaca y Elisa, siendo llamada con anterioridad simplemente Alameda. En lo antiguo se conocían estos terrenos por Caletilla de Rota, formando parte del Campo de la Jara. El origen de este paseo, según Adolfo de Castro, fue que en 1617 acordó el Ayuntamiento establecer una fuente (la de Hércules) en la plaza de la Corredera (hoy San Juan de Dios), y al abrir los pozos en los terrenos de la futura Alameda para dotar a aquella de agua, para su mejor conservación, fueron cercados por un muro y en sus inmediaciones se plantaron álamos y parras para recreo del público.
La primitiva Alameda tenía mayor anchura por estar distantes las casas, que se fueron acercando al mar conforme la ciudad se expandía durante la segunda mitad del siglo XVIII. De 1750 a 1754 el Teniente General Juan de Villalva dedicó preferente cuidado a la formación de una nueva Alameda, prohibiendo para siempre el avance o construcción de nuevas casas con la finalidad de regular los bordes de la ciudad. Al final de ella y parte de Poniente (frente al Carmen) hizo trasladar la estatua y fuente de Hércules que existía en la plaza de la Corredera, formando un pequeño jardín. Esta misma fuente, o mejor dicho su pila, la conservamos hoy día bajo las ramas de los imponentes ficus del año 1903, ubicándose la famosa estatua de Hércules en el interior del Ayuntamiento. De este periodo inicial tenemos los testimonios del viajero italiano Antonio Conca que vino en 1793, el del académico de las Bellas Artes Antonio Ponz, quien estuvo un año después, y finalmente el del alemán August Fischer en agosto de 1798 durante el bloqueo de la ciudad por la flota inglesa, dejando los siguientes testimonios.
El primero nos refiere cómo el Paseo de la Alameda estaba iluminado, con sus tres hileras de olmos con asientos de piedra pensados para el descanso de la población burguesa. Continuando con Ponz, éste además de escupir sobre nuestra querida Iglesia del Carmen, cegado como estaba por el academicismo de la época, refiere la razón de ser del nombre del paseo, los álamos, que según él estaban combados por el viento siendo más apropiados otro tipo de árboles. Respecto al alemán August, además de comentar lo magnífico de la iluminación, el blanco de las casas encaladas y el magnífico pavimentado, nos refiere como este paseo de la Alameda estaba muy frecuentado en las noches de verano por una multitud de mujeres encantadoras que paseaban iluminadas por las casas cercanas y animadas por la encantadora música bajo un cielo estrellado y un clima maravilloso.
Esta mención a las mujeres gaditanas y su belleza se repetirá constantemente, sumando al conjunto las magníficas vistas a la Bahía que estaba ocupada por la amenazante flota inglesa y la presencia de neverías llevadas por italianos. Justamente este último dato nos lleva a nuestro siguiente viajero, el inglés John Carr, quien llega a nuestra ciudad en el año de 1809, en pleno asedio francés.
Empieza el paseo por la tarde mencionando las hermosas vistas al mar, los magníficos bancos de piedra, pero el deplorable estado del arbolado. A continuación centra su atención en las damas gaditanas alabando su belleza y describiendo su vestimenta, la cual se destacaba por los famosos mantones españoles. Suma a la descripción su manera de andar muy sensual, lo cual es referido por casi todos los viajeros y además el uso de unos grandes abanicos que ellas aprendían a usar desde pequeñas. Destaca como las damas más jóvenes y guapas iban acompañadas por una aya que se aseguraba de evitar romance alguno.
Finalmente, fueron invitados a una nevería, la más famosa de la ciudad, la cual estaba brillantemente iluminada por medio de lámparas de charol que no expedían humos y a la salida contemplaron como los gaditanos se descubrían ante el tañido de las campanas del Carmen. De esta primera Alameda tenemos numerosas fuentes visuales, pues el número de pinturas y grabados es muy importante. En particular cabe destacar la del artista romántico David Roberts quien la visitó en 1837 dejando un magnífico testimonio del Carmen y la famosa Fuente de Hércules.
Esta imagen enlaza con la primera reforma de importancia empezada en 1836, siendo Alcalde Angel María Castriciones, y terminada en 1843, por Javier de Urrutia en colaboración con el insigne arquitecto Juan de la Vega. El resultado fueron dos grandes salones de mármol de estilo versallesco, el Bajo que iba desde el actual Balandro hasta la actual Calle Buenos Aires y el Alto de María Cristina (en honor de la Reina) que abarcaba desde esta última calle hasta el Carmen. Ambos estaban constituidos por bancos de mármol corridos con respaldo de hierro y accesos monumentales, además de un suelo de albero, contando con jardines cerrados por medio de verjas metálicas pintadas de verde. Ambos salones estaban comunicados por un pasillo a cuyos lados había dos jardines cerrados que contenían copones, parras y otros elementos decorativos, ambos diseñados por Juan de la Vega.
Respecto al Bajo, a éste se accedía por una puerta custodiada por dos estatuas de leones. Por lo que se refiere al Alto era conocido así por estar ligeramente elevado, dando acceso al mismo cuatro entradas escalonadas custodiadas por magníficas esculturas clásicas procedentes de la Academia de Bellas Artes de Cádiz y emplazados en cada uno de los extremos del rectángulo unos miradores circulares, además con una caseta para el jardinero. No podemos olvidar los edificios del Baluarte de la Candelaria recién reformado y el del Gobierno Militar.
Frente al Carmen se establecieron inicialmente otros jardines con un monumento a Columela, quedando años más tarde solo la estatua por las incomodidades que la vegetación causaba a los fieles. Acompañando a estas obras se reformaron las fachadas de las casas que daban al paseo al estilo neoclásico, eliminando muchos de los balcones barrocos. El resultado puede comprobarse en la infinidad de fotografías tomadas durante la segunda mitad del siglo XIX por fotógrafos de la talla de Gaudin, Masson, Clifford,
Laurent, Levy, Rocafull y un largo etcétera.
Cabe destacar como en el año de 1864 se instalaron los denominados Baños del Carmen, los cuales salían por la muralla al mar a través de unas escaleras metálicas que daban a la estructura de madera recubierta por telas de los baños. Contaban éstos con flotadores, una barca, baños de agua dulce, salada, caliente y fría, todos al servicio de los lujos de la alta burguesía.
También fueron estos salones los protagonistas de la denominada Velada del Carmen en los meses de verano en que se celebraban magníficos conciertos al aire libre.
De este modo permanecerían hasta el año de 1887 en que empieza a plantearse su desaparición para ser sustituidos por unos jardines abiertos a la inglesa. De este modo desaparecen primero los jardines cerrados de Juan de la Vega que comunicaban ambos salones y finalmente en 1893 comienza el derribo de los mismos, la razón muy sencilla, dar trabajo a la clase obrera de Cádiz que sufría los efectos de una crisis económica cada vez mas asfixiante. El resultado, la pérdida de unos salones que apabullaron a tantos y tantos viajeros de esta segunda etapa como Friedrich Wilhelm Hackländer, Edmondo de Amicis y Julio Verne. Respecto a las esculturas y los mármoles no ha quedado rastro de ellos, desapareciendo además de su posición el famoso monumento a Columela.
Los nuevos jardines ingleses perdurarían hasta 1926, con un intento infructuoso de instalar un curioso acuario y la eventual desaparición de los baños. En esta última fecha es en la que se daría el aspecto definitivo a los jardines, el cual les vendría dado por el arquitecto sevillano Juan Talavera, quien añadió el estilo regionalista de la época con aires sevillanos (que desentona), pero que también restituyó los salones de piedra alcanzando un buen resultado que habría de destacar más con el tiempo gracias al magnífico Monumento al Marqués de Comillas y los monumentales ficus australianos plantados en 1903 que hoy destacan por encima de la propia Iglesia del Carmen.
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