No es la primera vez que me asomo a esta azotea. Lo había hecho alguna vez invitado, como aquel visitante al que le enseñan la casa la primera vez que la pisa para que vea todos sus encantos. Me había paseado por aquí en alguna noche despejada, ante esa relajación que se da solo en vacaciones. Sí, ya conocía las vistas que guarda. Y qué bonita es Cádiz desde esta altura. Qué ilusión hace algunas veces descubrir las azoteas vecinas, buscar los torreones, guiarte ante la mar de antenas, la ropa tendida, los 'lavaeros' y palomares. Qué bien que me dé el aire. Llevo tiempo intentando salir, que el viento me despeine el flequillo. Y aunque me está costando encontrar la puerta a veces aparece una ventana que se abre y la habitación se airea. Así que volveré, con la intención de hacer chirriar las bisagras algo oxidadas para que recuperen su fuelle. Una vez a la semana, al menos, abriré. Hasta entonces.

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