Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
La Rayuela
La amenaza quedó suspendida en el aire. “Volveré”, dijo Koldo García este lunes en el Senado, en alusión directa al PSOE, su partido (o ex partido). Sólo faltaba la música de Nino Rota mientras el plano se abría desde el rostro del protagonista al conjunto del auditorio. Poco más, al margen de conocer el remanso de paz en el que vive su conciencia, dio de sí la comparecencia en la comisión de investigación parlamentaria. Arremetió contra políticos y medios por haberlo “crucificado” antes de tiempo y avanzó las disculpas que espera de todos cuando sea absuelto. Nada mollar sobre los hechos investigados salió de sus palabras y sus silencios contenidos. Como era de esperar.
El caso es que Koldo, el ex asesor ministerial, dijo una gran verdad con esa sola palabra que ha dado para algunos titulares. Porque está constatado que todo vuelve, aunque sea de dudoso gusto, como los pantalones de campana o las hombreras en las chaquetas. También la picaresca, el descaro y la chulería en una España del S. XXI que no está tan lejos de su sustancia medieval. De entonces nos llegan quevedos, buscones, lazarillos, rinconetes y cortadillos, personas y personajes literarios. De hoy quedarán para la posteridad vídeo-actas del Senado, docuseries –en (P)ícaro, el pequeño Nicolás, la alusión es evidente– o entrevistas televisivas en República Dominicana.
Nuestros pícaros no son sutiles. El ADN de la corrupción nacional es chusco y vanidoso, incluso cachondo y simpático, a decir de muchos. Como quienes defienden en tertulias improvisadas al ex presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales. Hay que ver lo que le ha caído a este pobre hombre por un besito espontáneo, sostienen algunos; los mismos a los que, por otra parte, parece no sorprenderles ni importarles cualquier tejemaneje de dinero público, también llamado “mordidas” por el aludido. Lo niega todo, como Sabina, y llega a sostener que no tiene ni para una cocacola. Otro crucificado, como Koldo.
A lo mejor no los fustigamos o castigamos antes de tiempo. Al contrario, las presuntas exageraciones no hacen más que elevarlos a esos particulares altares reservados para los personajes míticos de nuestra historia más castiza. Los detalles de la vida padre, los lujos, el sexo, el poder y las influencias, los amigos de toda la vida como testaferros –¿para qué complicarse con letrados luxemburgueses?–, los casoplones o los billetes en cajas fuertes… Todo eso ayuda a escribir la leyenda.
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