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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El teólogo y la zapatera

Nadie hace santo a nadie. Pero tengo para mí que en lo de Torres Padilla tiene mucho que ver la zapatera

El austero y sabio sacerdote de 51 años, catedrático de Teología y de Patrología, Disciplina e Historia Eclesiástica, y la zapatera de 16 años y pocos estudios o ninguno se encontraron por primera vez en un confesionario de Santa Paula en 1862. Y 13 años más tarde… Pero dejo que lo cuente el recordado José María Javierre con su característico estilo entrecortado, gracias al que parece oírsele cuando se le lee: “2 de agosto de 1875. Nuestra Señora de los Ángeles. El padre Torres Padilla está, muy de madrugada, orando ante el altar mayor de la iglesia de Santa Paula. Cuatro mujercitas, vestidas modestamente, vienen de una casa de la calle San Luis para oír la misa. (...) Y allí estuvieron largo rato diciéndole al Señor sus cosas. Se olvidaron de comer. Las hermanas de la Cruz, el primer día de su existencia, olvidaron guisar la comida. De modo que su fiesta careció de banquete. Es decir, hubo varios banquetes en casas de pobres del barrio. (...) Estas son las historietas antiguas que los discípulos de Francisco de Asís llamaban de perfecta alegría. Y añadían al final: En alabanza de Cristo. Amén. Sea, pues, en alabanza del Señor”.

Pasados 162 años de aquel primer encuentro entre el sabio sacerdote teólogo y la modesta zapatera casi analfabeta, y 149 de la fundación que él espiritualmente guio y ella llevó a cabo, resulta que quien primero subió a los altares fue la zapatera. Cosas del Poderoso que enaltece a los humildes y de la piedra desechada. En un libro con este título en el que recogió sus reflexiones tras impartir unos ejercicios espirituales en Asís (La piedra desechada. Cuando los olvidados se salvan, Ediciones Paulinas), el sacerdote y teólogo Luigi María Epicoco recuerda que “este es un signo inconfundible de Dios, que prefiere siempre el no protagonismo para realizar la historia de la Salvación” y “nunca elige las cosas más deslumbrantes” para hacer su obra. Empezando por Él mismo cuando decidió nacer en un pesebre, permitió que lo ejecutaran en una cruz entre dos ladrones y en su vida no tuvo dónde reclinar la cabeza.

Ya sé que no se hace santo a nadie, sino que se reconoce su santidad. Y que nadie hace santo a nadie, que son sus propias virtudes, vividas en grado heroico, y su intercesión ante Dios para que se obre un milagro, lo que se reconoce. Pero tengo para mí que en lo de Torres Padilla tiene mucho que ver la zapatera.

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