Jesús Guerrero

jguerrero@diariodecadiz.com

Levante, turista, eso es el levante

Las piernas pesan más hoy. La mochila que llevamos a la espalda tiene un ladrillo nuevo que hace la carga más pesada. Los ojos están más amodorrados, tienden al rojizo. Igual les entró arena. Esta espesura de ambiente, este calor, el viento... Cualquier rincón se convierte en un remolino que alza los plásticos sin gravedad. Sin gravedad, efectivamente, leve, todo leve y a la vez plomizo. Las horas centrales del día son densas, como estar siempre en la rejilla de un motor, caliente, como si un tubo de escape no parara de emanar sus gases cálidos cerca de dónde te encuentres. Este viento te despeina hasta las ideas.

El levante son cuatro días, dicen, los que se queda. Como cualquier otro viajero. Los gaditanos estamos acostumbrados, pero quieto, porque ahora Cádiz es una provincia para turistas. Que estén a gusto, que disfruten, que hablen bien de nosotros, que vuelvan, que se dejen dinero, que sientan nuestra hospitalidad, que nos vean graciosos. Ay, que no contamos con el levante, y se vuelan los billetes, las pamelas, las sombrillas. Si de alguien dependiera acabar con este viento, ¿cuántos no habrían pedido ya medidas urgentes para frenarlo?, ¿qué patronal exigiría primero un plan al gobierno de turno para erradicar estas soflamas?, ¿quién prohibiría sus ráfagas y bajo qué criterios? Escapan de su control, esa naturaleza inescrutable, y el viento de levante continúa su viaje sin que lo frene una pandemia, la nueva normalidad o el turismo. Y mientras, a las gaditanas les aguantan los tirabuzones vengan o no los franceses y el resto de europeos a verlos. 

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