Una parte positiva de vivir el Apocalipsis sepultada entre libros es que dispones a mano de títulos tan apropiados como Diario del año de la peste, la aproximación de Daniel Defoe a la epidemia que asoló Londres en vísperas de su Gran Incendio. Sorprenden las similitudes. Por ejemplo, el dato insignificante con el que parece empezar todo: "Fallecidos en Long Acre: peste 2, parroquias infectadas, 1". Según cuenta Defoe, al principio de la crisis "no se registraban como muertos por peste" todos los que eran, y se emitían pases de salud no siempre correctos. Cuando la epidemia fue un mal oficial, en Whitechapel no se veía otra cosa que gente y "carros y carretas" huyendo ante el rumor de que iban a cerrar las ciudades: de hecho, "durante semanas, fue imposible" hacerse con un caballo. Y los londinenses que llegaban al campo no se topaban, desde luego, con calurosas bienvenidas. ¿Años 30, decíamos? Estamos en el XVII.

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