Me refiero a la de siempre, a la contundente, sin artificios literarios. No es que tenga nada en contra de la explosión de los chefs que ocupan el moderno Olimpo de los fogones, pero me refiero a esa cocina que se definía con un solo nombre en la carta o en los pizarrones donde se exhibían con la rotunda fuerza de sus nombres. 

Dígame si no: ¿hay que detallar los platos como si de paisajes descriptivos se tratara? Piense y diga: fabada, berza, cocido, gazpacho, puchero, pote, ¿necesita más? Sí, algunos de ellos necesitan apellidos para distinguirlos; nunca fue lo mismo un cocido maragato que uno lebaniego, como tampoco son idénticos el pote asturiano que la berza gitana. Lo que quiero decir es que, a veces, hay que añadirle el apellido o la cuna para que sea suficiente, y cuando digo suficiente es porque después de ellos no se necesita ni postres, aunque, a qué negarlo, después de una respetable fabada si no se remata con un arroz con leche, meloso, con costra de azúcar, único en las tierras de don Pelayo… Mire, aliméntese con probióticos y no moleste.

Pero parece ser que ahora todo esto es cocina prehistórica; que para sentarse a comer se necesita un trovador que lo cante a capella o acompañado de laúd. Gelificaciones, deconstrucciones y esferificaciones forman parte de cualquier obra de arte culinario moderno a pesar de que la mayoría de los comensales ni saben lo que significan; pero claro, ir a un restaurante que no figure en su carta una "Deconstrucción de lomo de gadus morhua al aroma de anethum graveolens, con guarnición de arándano azul, juglans regia sobre espejo de lima de confitar y ralladura de almendras"… Mire, no merece la pena ni de alquilar el taxi para ir; es suficiente con la rendición incondicional y asumir que los precios son tan largos como los enunciados y la cantidad servida en proporción inversa al tiempo que se tarda en describirlos.

No es por matarle la ilusión a nadie y cada uno es libre de hacer con su paladar y su cartera lo que le venga en gana, pero con esto pasa como con todo, que hay que ir poco a poco, que no se repita lo que ocurrió en tiempos de la santa transición, cuando los políticos empezaron a usar las tarjetas a cuenta de las administraciones. Muchos llevaban una chuleta con la añada de los vinos y no tenían pudor de deletreársela al sumiller con la misma actitud que El Cid en la Santa Gadea. 

Conste que este escribidor no está contra ninguna investigación, mucho menos la gastronómica, sobre todo en estos tiempos en los que casi todo se ha convertido en teatro de arte y ensayo. La convivencia entre gustos es necesaria; o sea, que el "suspiro de mero al espejo de cítricos con pistachos" es compatible con el estofado de rabo a la cordobesa siempre que lo primero se considere un entrante curioso para abrir boca y lo segundo adquiera la importancia que siempre ha tenido.

¡Por favor, que no pase como en política, que todo se convierte coitos interruptos!

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