Después de un tiempo vuelvo a escribir de La Isla. Mi silencio no ha estado motivado porque mi pueblo no merezca atención, sino por la inutilidad de comentar sus sentires cambiantes gracias a los furibundos cañaillistas a contracorriente y a la gente seria que pasa de casi todo. Pero hoy, en ese balance que se hace por esta época del año, toca hablar del corralito isleño.
Que después de catorce años se siga pendiente del tranvía fantasma que se pasea por la calle Real después de haberla partido y, por ende, a la misma Isla; que la Casa Lazaga -ya casi en ruinas- haya tenido tantos intentos de rehabilitación para convertirla en hotel con encanto, en sede del museo Camarón, en centro multicultural, ya ha llovido; como de aquella 'inminente' entrega de los terrenos sobrantes del acuartelamiento de Camposoto (¿426.000 metros cuadrados?) y el sueño del complejo turístico a la altura de Miami, campos de golf y urbanizaciones de lujo a pie de playa; que el Museo Camarón haya tardado casi treinta años en inaugurarse (perdón, ¿se ha inaugurado con algún contenido, abalorios aparte?); que, en fin, después de años y años ni se haya encontrado el perfil del turismo que La Isla necesita a pesar de que esa industria, como se está viendo, siempre es pan para hoy y hambre para mañana por muchas rutas de croquetas que se pongan como reclamo; es decir, todo lo que ha sido y siegue siendo fantasías animadas, porque si se apunta a las estadísticas del paro, de la precariedad en los empleos de los que ni siquiera la oposición municipal dice ni pío…
Bueno, y como colofón los derribos en La Casería. Detractores y defensores embistiéndose. Unos con la idea de regenerar un espacio, balcón privilegiado de la Bahía y acabar con el último vestigio de la vida miserable que se vivió. Los otros empeñados en perpetuarla travestida de un tipismo absurdo donde -por correspondencia biunívoca- se echaría en falta las antiguas Callejuelas, sus patios de vecinos y las soleadas tardes de los domingos invernizos con las madres despiojando a sus hijas en las casapuertas, sentadas en desfondadas sillas de anea. Y de paso Villalatas, y ya puestos…
Mire usted, guardia, para este espectáculo lo mejor es estar callado, que es lo que pienso hacer pronto.
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