El jardín de Academo

Siguen alumbrando el nombre del lugar y la idea de una comunidad consagrada al conocimiento

Mencionábamos hace poco las posibilidades que el uso de la inteligencia artificial ha abierto a la hora de acceder al contenido no legible de los papiros carbonizados de Herculano, fuente de especial interés para el estudio de la filosofía epícurea, y nos encontramos días después con la noticia de que un pasaje ahora descifrado de Filodemo de Gadara señala el lugar exacto de la tumba de Platón en la Academia. Es curioso el caso de Filodemo, que antes del hallazgo de la famosa villa, llamada de los Papiros, donde su antiguo propietario, quizá el suegro de Julio César, reunió una extraordinaria biblioteca, sólo era citado por los epigramas recogidos en la Antología palatina, y del que gracias al trabajo de reconstrucción de los investigadores conocemos hoy más de treinta tratados sobre muy distintas materias. No deja de ser paradójico el que debamos a la obra de un epicúreo, seguidor de una doctrina tan ajena a las enseñanzas del autor de los Diálogos, la pista que conduce a su sepulcro. Se sabe que Epicuro de Samos, el humilde hijo de maestro que predicó las delicias del “vivir oculto”, viajó por primera vez a Atenas el año de la muerte de Alejandro, en los mismos inicios de la edad helenística que asistiría a una espectacular propagación de sus ideas, luego silenciadas. Cicerón, que no las apreciaba, constata que estas tuvieron especial presencia en Italia, donde Filodemo sería uno de los principales difusores. Más de un siglo posterior a su muerte, la erupción del Vesubio le garantizó esta tardía posteridad que se refuerza con la incorporación de nuevos fragmentos a su Historia de la Academia, entre los que destaca por su importancia simbólica el referido a la sepultura del fundador. La escuela que ha dado nombre a las sociedades de estudiosos y a las actividades ligadas a la enseñanza superior tomó el suyo de un héroe mitológico menor, Academo, enterrado en uno de los bosques sagrados de las afueras de Atenas, un antiquísimo lugar de culto donde Platón se instaló junto a sus discípulos. Si Pausanias consignó que la tumba del maestro estaba no lejos de la Academia, por lo que sabemos ahora se sitúa en el mismo recinto, junto al santuario dedicado a las musas. En tiempo del propio Filodemo el terreno original, devastado por Sila, que taló los árboles para construir máquinas de guerra, se convirtió en un escenario de otra época. Ya entonces era pasado, pero tanto el nombre del lugar como la poderosa idea de una comunidad consagrada al conocimiento siguen alumbrando a los mortales con el fulgor auroral de los arquetipos.

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