Análisis

Montiel de Arnáiz

Tolay

Esto no trata ya de la ética ni de la estética, ni tan siquiera de la legalidad

Dime tolay, si quieres, insúltame con tu currículo adulterado que se supone superior al mío porque yo trabajo de sol a sol y tú de luna a luna, pero el pan no te lo quedes también, ni siquiera el duro. He dicho tolay, no Olay, no se me confunda vuesa merced -sí, tolay- y piense que hablo de esta sucia escaramuza de callejón con corso que le han hecho a Walking Cifuentsdead. Recapacitemos: como con lo del master de pega no se arrancaba a dimitir, había que darle un pequeño, cariñoso, empujoncito, sobre todo antes de que la vez comenzase a ser esparcida una y otra hez hasta alcanzar a Rajoy.

Porque un político debe cuidarse de no ofender la ética y la estética por encima de la legalidad, al parecer, y no nos habíamos enterado. Queda feo eso de ir a recepciones con los Reyes y el Presidente del Gobierno con cara triste, consumida y plena de arrugas culpables. No, no es cuestión de tener el cutis hidratado -no me saques otra vez el tema de Olay, vale ya de dar publicidad gratuita- sino de las urgencias: si te han pillado con el carrito del helado, no congeles al resto de comensales con tu inamovible sonrisa de hielo. "Dimite y vencerás", le deben haber dicho sus perdedores (los únicos vencedores de este match point regado a la murciana son los Villacís boys). Del tema de la vulneración de la protección de datos en el Eroski, de la obligación legal de borrar los vídeos de 2011 quince días después de que se grabaran y de que justamente ahora aparezcan en manos del ¿enemigo? mejor que hablen los que no son tolays rasos como yo.

Mientras tanto, el Ministerio de Hacienda le pone el cuerpecito malo a Mamen Sánchez, alcaldesa de títulos variables, cernida la sombra de la intervención económica de su dadivoso ayuntamiento; Patricia Cavada se engancha (nuevo error) con el periodismo más vejeriego por culpa de unos ascensores ya inaugurados y una foto prescindible; y sigue firme con viento de cola el "caso Romaní", como le gusta decir a José María González: un aluvión de datos filtrados por el ¿enemigo? de los que desconocemos su veracidad aunque sepan a eau de Loreto. ¿Será cierto que Ignacio Romaní obtuvo su doctorado en solo un año e incluso antes de ser licenciado, como hemos oído? ¿Cobró indebidamente la asociación del director de su tesis por un proyecto de idéntico título al de la tesis del edil popular?

Esto no trata ya de la ética y la estética, ni tan siquiera de la legalidad: pisamos el incierto terreno de la distopía ucrónica. Imagina al Romaní del futuro que usurpa el cuerpo de piel tostada del doctorando del pasado y con sus conocimientos de anciano inmarcesible consigue avanzar académicamente a la velocidad-luz del DeLorean. Daría para una serie de Netflix, ¿verdad? Claro que no, tolay. Mínimo, de la HBO, o sea, estilo Los Soprano.

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