El gaditano es rebelde por naturaleza y genética, y también tela de puñetero, ya se sabe. Haber nacido en la cuna de la libertad es lo que tiene. Libres para cambiar de opinión, libres para ser de piñón fijo, y libres para tenérsela sentenciada a los dirigentes, por el hecho de mandar, ea, sean los que sean. La novelería también puede entrar en una descripción de la idiosincrasia gaditana, a mucha honra, y lo mismo llevamos al Kichi cetro en mano a la gloria de San Juan de Dios y su trono de hierro, que le echamos la culpa del levante y las medusas. Lo mismo da que da lo mismo. Por eso, aunque servidora no lo ha catado, me dicen, me cuentan, se siente en el aire, que este año el Carnaval se parece mucho a lo que era antaño. En febrero, por bendita cabezonería y claro, por culpa del Ayuntamiento, que se empeña en hacer sombra a las ferias de la Bahía, hombre por favor. Carnaval con muchas ganas y mucho arte y el corazón en cada disfraz (bueno, vale, tipo), con todo el entusiasmo del mundo y la adrenalina de saber, como los niños chicos, que se va a la contra, desafiantes y que nos plantamos en la calle cuando nos da la gana, como nos da la gana, viviendo al límite, y ya se sabe cómo se alimenta el ingenio, el espíritu crítico, cómo florece la creatividad en situaciones adversas. La fantasía de que existen prohibiciones reales y no ridículas, nos encanta en el fondo, porque lo que más une en la batalla, de coplas, es un enemigo común. Y sí, Kichi, te tocó. E incluso hay que darte las gracias. Desconozco qué pasará en junio, pero de momento, que le quiten a Cádiz los bailado, lo cantado y bueno, lo bebido también. La tristeza, atrapados en una ciudad decadente y moribunda, no podía durar mucho, y en esta tierra se le da la vuelta a todo, y tanto, tanto nos ponemos del revés, que incluso los osos polares pierden el norte y el cuello. Y nos reímos como nadie, sacando los Coristas a la Calle o disfrutando con la chispa de Las Madrinas. En fin. Unos días muy nuestros, después de mucho tiempo en capilla, entre ola y ola, a la espera de que por fin, de La Caleta a Cortadura todo siga plano, plano, como diría Reguera, sin más sustos, ni tsunamis de miedo, visto lo visto, tal como está el patio. Sabemos que a lo mejor no está el horno para bollos ni el estomaguito para un atracón de erizos, pero, pasa la vida, no hay más remedio, y nosotros con ella, pero hemos recuperado mucho, aún sin saberlo del todo, de lo que dábamos perdido. Cerramos los ojos ante la adversidad un rato, y afirmamos que ha sido, y es, un gran Carnaval, menos mal.

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