¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Objetivo Opus Dei
Su propio afán
Mi vieja revista Nueva Revista publica un artículo titulado “La miopía del héroe”. Me lanzo. Nada nos hace más falta que héroes y heroínas, sean miopes o hipermétropes. Empieza hablando, vaya por Dios, de los dichosos superhéroes. Aunque con una idea muy mía: el superhéroe siempre acaba encontrándose con un supervillano que le iguala en poderes o le supera. Si no, no hay heroísmo que valga. Lo que permite, además, una relectura a nuestro tamaño. Como microhéroes nos enfrentamos a nuestros microproblemas, pero, al final, la aventura, por equidad de retos, es la misma.
Sin embargo, los autores del artículo Kurt Gray, Sam Pratt y Will Blakey se desvían enseguida. Sostienen que la miopía del héroe consiste en que, en cuanto éste ve a una víctima inocente, se olvida de sopesar los pros y los contras y se lanza a salvarla. Me parece genial. Pero ellos ponen el ejemplo de Superman o de Spiderman que destrozan Nueva York y puede que se produzcan algunas víctimas colaterales y todo para salvar a un rehén o a un puñado ellos. (Les parece que Israel está haciendo eso con Gaza.)
Las implicaciones políticas están quizá traídas por los pelos, y yo sólo quiero centrarme en lo antropológico y lo ético en general. Someter la suerte de la víctima o su defensa a un cálculo de ventajas e inconvenientes generales no es una cosa nueva, ni mucho menos. Caifás ya dijo que convenía que un hombre inocente muriese por salvar al pueblo (y fue el Hombre) y Virgilio también se acoge al mecanismo sacrificial en la muerte de Palinuro. A los autores del artículo les parece de perlas que la vida de unos pocos inocentes compre la paz social de muchos.
Pero la miopía del héroe es, ojo, una de las grandes herencias morales del cristianismo. No sólo por el gusto juvenil por la aventura, por el espíritu quijotesco y por una distorsión visual, sino por una medición mucho más profunda de los pros y los contras. Nueva York estaría mucho más destruida como ciudad si, para evitar los destrozos y los riesgos que produce la lucha contra el mal, se le da cancha libre.
Tuvo razón Fernando de Habsburgo al escogerse como lema el muy caballeresco “Fiat Iustitiaet pereat mundus”. Incluso por el bien del mundo. Como supo de sobra Sócrates y practicó, es mejor perecer que transigir con la injusticia. Es un sesgo muy inquietante de la marcha de nuestro tiempo que se defienda lo contrario con tanta enjundia y respetabilidad.
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