Fray José Luis de la Cruz Zurita, carmelita descalzo

Esta era la esencia y la identidad, clara y perfectamente asumida y vivida por el padre José Luis: era ante todo y sobre todo CARMELITA DESCALZO, hijo orgulloso de la Madre Teresa de Jesús y del Padre Fray Juan de la Cruz.

Este amor a su orden, a la familia del Carmelo Teresiano, se desarrolló a lo largo de toda su vida, animando a quienes a él se acercaban en busca de acompañamiento espiritual, a formar parte de ella, a discernir si Dios los quería, como lo quiso a él, carmelitas. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo sabemos que más de un fraile, más de una monja, y especialmente muchos seglares, hoy somos hijos del Carmelo gracias a su invitación, animación, acompañamiento y ejemplo. "No sé ser otra cosa más que carmelita", decía a cada poco, siempre segura y clara su vocación. Esta vocación estaba plenamente concretada en la clara definición del carisma que aparece en la Regla de San Alberto, "vivir en obsequio de Jesucristo". Estaba "profundamente enamorado de Jesús", la realidad y el sentido de su vida, todo lo demás era consecuencia de este amor al Señor.

Era un hombre simpático, de palabra fácil y cercana, tal como hablaba con los amigos predicada en las misas, aconsejaba en el acompañamiento espiritual o consolaba en el sacramento del perdón.

Hombre extremadamente afectivo, valoraba sobre todas las cosas la amistad, muy amigo de sus amigos, y quizás por eso la definición de la santa madre Teresa sobre la oración, la entendía, la explicaba y la vivía tan bien; "que no es otra cosa oración, que estar tratando de amistad, muchas veces y a solas, con Aquél que sabemos nos ama". (Vida, 8).

Fue lo que se llamaba en aquellos años una vocación tardía, bien entrado en la veintena. Dejó un buen empleo en la empresa familiar y una novia de muchos años y se fue al seminario diocesano, dónde cursó los dos primeros cursos de Filosofía. Es en estos años cuando contacta con los padres carmelitas descalzos y llega a profesar como terciario carmelita (hoy nos llamamos carmelitas seglares) con el nombre de José Luis de la Inmaculada. Muy pronto decide cambiar el seminario por el convento y marcha al noviciado del Carmelo en Úbeda. Profesó en septiembre de 1958 y se ordenó sacerdote en la Catedral de Jaén el 29 de junio de 1962, en la misma ceremonia que el obispo emérito de Cádiz don Antonio Ceballos Atienza. Casualidades de la vida.

Cuando vino a Cádiz como prior y párroco del Carmen, en 1975, lo más importante para él fue recuperar la vida y la actividad de la Orden Tercera, hoy llamada Orden Seglar, y poco a poco, con paciencia, fue reuniendo a aquellos miembros fieles que acudían casi a diario y que no faltaban nunca los sábados. Pronto se supo en el Carmen de Cádiz que el grupo de pastoral más importante era el Carmelo Seglar, porque era la Orden misma y empezó a formar a aquellas mujeres, entonces aún no había hombres, al tiempo que invitaba a muchos y muchas a entrar en la comunidad carmelita seglar. La renovación del Carmelo Seglar en Andalucía, especialmente a partir de 1987, se debió en gran medida a su trabajo y dedicación, como asistente de la comunidad de Cádiz y como delegado del provincial para este oficio de atender a los seglares carmelitas.

En 1993 fue destinado a Sevilla y en 1996 a Málaga, donde ha permanecido hasta que el Señor lo ha llamado a su seno.

Hombre de su generación, niño de la guerra, adolescente y joven de la posguerra, adulto en tiempos de Dictadura y de transición a la democracia, profundamente europeo y amante de los viajes, la cultura, el arte y también la copla. Ha querido Dios, que como otros tantos, haya sido solidario con su generación y ha sufrido y fallecido, como tantos miles de contemporáneos suyos, de Covid-19.

Gracias padre José Luis, te queremos; sigue cuidando de nosotros como siempre. ¡Hasta el cielo!

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