Yo te digo mi verdad

Cine de comer

Es como si en todos los restaurantes y bares de la ciudad ofrecieran la misma carta

No sé, creo que sí, que alguna vez lo he escrito. Si no, seguro que lo he pensado o más bien sentido profundamente: el aficionado al cine es un personaje perseguido, o al menos ignorado en San Fernando. Repasar la cartelera es un auténtico sufrimiento. Como diría Woody Allen, solo nos ofrecen películas para un público de dieciséis años… con edad mental de once. Abundan las salas pero el menú que nos presentan es el mismo. A mí me resultaban simpáticos, pero estoy empezando a odiar a los superhéroes, que ahora más que a su noble tarea de salvar a la humanidad parecen dedicarse a hacerse la puñeta unos a otros. El verdadero héroe de hoy en día es el director o exhibidor que se empeña en enseñar historias con personajes normales, alguna comedia inteligente, algún drama emocionante, una simple intriga, una tragedia estremecedora, un amor imposible… no sé, una novela histórica llevada a la pantalla con todo lujo de ambientación. Es como si en todos los restaurantes y bares de la ciudad ofrecieran la misma carta. Es tarea inútil informarse sobre los estrenos porque ya sabemos que muchos de ellos no tendrán un hueco en los luminosos y modernos cines isleños, saturados con los éxitos prefabricados.

No es que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero por supuesto que prefería aquellos cines antiguos de San Fernando, en los que era imposible ver novedades pero cuyos programas dobles terminaban siendo un auténtico curso de cinematografía. Si a uno le picaba demasiado la afición y deseaba ver películas de estreno, tenía que desplazarse a Cádiz, es decir hacer una inversión considerable. Ahora tenemos todos los grandes lanzamientos el mismo día que en Nueva York, pero si queremos ver una película sencilla, que cuente algo de vida real, tenemos que hacer el mismo viaje de emigración que en aquellas lejanas décadas. A los empresarios y a las autoridades se les ha olvidado que el cine es cultura, y necesaria.

La última novedad que me ha desterrado definitivamente de los cines de Bahía Sur es la introducción de la comida en su oferta. Uno ya puede comer hamburguesas o 'finger' de pollo, llenarse los dedos de salsa y sorber ruidosamente el refresco tumbado en una butaca que se convierte en cama, y aprovechar las pausas alimenticias para mirar la pantalla. Otra cosa es que uno vaya a ver la película, porque tanto trajín gastronómico impropio, y supongo que repugnante, a su alrededor, no lo dejará enterarse de la supuesta trama. Adiós al cine, bienvenidos a no sé qué.

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