María González Forte
Tiempo de pensar
Apenas son las 12:41 horas y La Diana, el mítico negocio en la esquina de la calle Palacios con San Bartolomé, ya funciona a pleno rendimiento. Contra viento y marea ya nada puede parar la vida de este ultramarino, el más antiguo de El Puerto, que también se encuentra en el top ten de los más longevos de España. Ni una guerra civil, ni varias crisis, ni otros tantos acontecimientos históricos han conseguido detener el pulso de este negocio que este año cumple el siglo de vida, “aunque yo creo que se fundó incluso antes, en el año 1864, pero no estoy seguro”, explica José Fernández, su dueño. Pero intentar señalar una fecha exacta en el comienzo de esta historia es casi tan ineficaz como continuar llamando a José Fernández por su nombre completo. Todo el mundo lo conoce como Pepe el de La Diana. Su figura detrás del mostrador es ya una estampa típica portuense. Ahora, por su 84 cumpleaños, el Ayuntamiento de El Puerto ha reconocido toda una vida de trabajo y dedicación con la entrega de una placa con el escudo de la ciudad.
En esto de las entrevistas Pepe ya tiene bastante experiencia. Incluso se ríe cuando algún que otro cliente habitual que entra como Pedro por su casa sin saludar (no hace falta) le dice que ya es “famoso”. Este tirón mediático no es raro teniendo en cuenta que todo el mundo quiere saber cuál es el secreto para que un negocio dure tanto. “¡Yo no abrí esto!”, bromea Pepe cuando se le pregunta por la fórmula del éxito. “Yo lo cogí con 14 años y siempre lo he trabajado con mucho cariño”, asegura recordando su primer trabajo como chicuco empleado de Isidro Gómez Ricalde, uno de los dueños del negocio, con quien trabajó hasta que pudo arrendarlo durante unos años. Pasado este tiempo, finalmente, Pepe se hizo con el local en propiedad. Y el resto ya es historia. Míticos bocadillos de mortadela, embutidos de calidad, legumbres españolas a granel (“Cada una de su zona”), productos gourmets, latas de conservas (“De las buenas”) y productos portuenses colman no solo las estanterías y escaparates de este negocio, sino también la memoria social de toda una ciudad. “Recuerdo especialmente a los niños del instituto que venían a comprar el bocadillo”, explica Pepe haciendo referencia a los alumnos del instituto Santo Domingo. “Pero ya dejaron de venir tanto porque las normas cambiaron y ya no los dejaban salir del centro”. En este viaje personal al pasado también hay un episodio dedicado a las grandes superficies, “cuando abrieron en El Puerto yo lo noté mucho”, asegura Pepe quien en ocasiones incluso tiene los mismos productos que ellos pero más baratos. “Yo también voy a comprar allí, pero me sorprendo cuando veo que mi padre tiene las cosas de marca más barata”, asegura su hija Rocío. Aunque Pepe sigue al pie del cañón ella se mantiene a su lado, echando una mano, y quién sabe si algún día tome las riendas del negocio.
Por el momento ese es un tema en el que Pepe no se detiene mucho. “Tengo claro que algún día me voy a jubilar”, confirma convencido. No le queda mucho, pero ya se augura que Pepe formará parte de ese gremio de genios y figuras que aunque den el relevo nunca abandonarán el barco. Está claro que él se merece ese descanso; sin embargo, ¿Qué va a pasar con La Diana? “Esto no va a cerrar. El futuro está garantizado. Ya hay pensado algo, aunque aún no hay nada seguro que se pueda anunciar”, explican Pepe y Rocío con una sonrisa Pícara.
No ha habido que esperar a la jubilación de Pepe para ver como este negocio ya toma nuevos tintes, como es el caso de su transformación en abacería, donde desde hace algún tiempo los productos del local se pueden consumir allí mismo. Este nuevo toque supone el inicio de un nuevo episodio en la historia de La Diana donde los turistas, que antes pasaban por delante de la puerta sin mirar al interior, se paran a contemplar la solera y elegancia de este local. “¡Qué bonito! Es alucinante”, exclama una pareja de turistas al entrar en el local. Mientras otro grupo de amigos (estos sí son de El Puerto), disfrutan de una copa y unas tapas. Otro parroquiano habitual entra con su bastón y sin mediar palabra se toma la copa de vino que Rocío le suele poner todos los días.
“La gente de fuera no está acostumbrada a esto”, explican padre e hija. Aquí hay alma, cercanía y trato personal. “En cuanto haya algo nuevo nosotros te avisamos. Aquí tienes tu casa”, se despide de mí Pepe mientras me promete que me avisará cuando lleguen las nuevas noticias. Me siento dentro del club de sus clientas más selectas, esas a las que lleva encandilando desde hace años. Se nota que eso de vender y enganchar lo lleva en la sangre. Y la gente sale encantada de La Diana con detalles como ese. Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y Pepe, con su mejor intención, lleva más de 80 años detrás de un mostrador...
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