Tiempos difíciles
El coronavirus en el día a día de Cádiz
Crónica de la primera semana del estado de alarma en la provincia de Cádiz
El viernes varias personas coincidieron en la reflexión: al final, no estábamos tan mal. De pronto, los problemas que se pudieran tener en el trabajo, en la familia, la falta de recursos, la imposibilidad de ir de viaje, los gastos del hogar, han quedado sepultados por la avalancha que se nos ha venido encima sin esperarlo. La pandemia del coronavirus, que azota con crudeza a toda España, nos ha cambiado la forma de vivir y, también la forma de ver la vida.
Aunque la alarma se dio por iniciada el domingo, nos despertamos mejor el lunes.
Un lunes que no lo parece cuando pisamos la calle. Por lo pronto, en una de las arterias más transitadas de Cádiz pero con una imagen repetida en todas las grandes ciudades de la provincia, se hace notar la falta de peatones. Parece domingo. Y así va a pasar a lo largo de toda la semana. No hay relajación posible. Los paseos por las playas se concentraron el domingo, hasta que los policías locales se pusieron serios y sacaron los colores a los incívicos.
El tráfico, ideal, tal vez como un sábado. Y los autobuses casi vacíos. En la capital en un día laborables pueden llegar a 35.000 pasajeros. La cifra se habrá hundido al menos en un 80%. Peor le ha ido al catamarán. En todos los medios de transporte público se han ido reduciendo los servicios.
Sin gente en la calle y sin lugares a los que ir, más allá de los trabajos o aquellos establecimientos que el decreto de alarma considera indispensables: alimentación, farmacias y los quioscos de prensa, entre otros.
Comercios cerrados. La tienda que siempre nos ha acompañado, la gran superficie que nos ha vestido o la franquicia donde acabamos comprando algún capricho. Sólo nos quedan los escaparates. Y ni eso. Lo fundamental es no salir de casa.
Como los bares, cafeterías y restaurantes. Todos esenciales en nuestra forma de vida. Donde desayunar en la media hora de descanso, o tomarnos un café para los que también trabajamos por la tarde. Una tapa rápida o una comida relajada. El jueves, Día del Padre, sin duda se vieron abruptamente suspendidas muchas celebraciones en la calle.
Sí nos siguen sirviendo los supermercados y las tiendas de alimentación. La gran avalancha se produjo el sábado, cuando ya se anunciaban las medidas drásticas del gobierno, se mantuvo el domingo allí donde abrieron y se fue disipando a partir del martes. Un metro, o más, de distancia a la hora de pagar y limitación en el número de clientes en un mismo momento.
Todo ello barrunta un descalabro en el empleo, y más en una provincia donde el termómetro laboral oscila a la par que cambia la climatología y la gente sale a la calle a tomar el sol.
El empleo también tiembla en los hoteles. Primero en El Puerto y Chiclana comenzaron a llegar noticias de cierre de establecimientos ante la avalancha de la anulación de reservas. El tsumani llegó también a la capital. Aquí nunca se había cerrado un hotel fuera de la temporada estival. El primer paso lo dio el Tryp Caleta. Un recepcionista de un establecimiento cercano se lamentaba: sólo recibían llamadas para anular las reservas. El viernes el Gobierno esquivó cualquier duda que hubiese para mantener los hoteles que quedaban abiertos: cierre para todos en un plazo de siete días
Antes se había anunciado la prohibición de atraque de cruceros en nuestros puertos. Cádiz resulta especialmente herida: el año pasado llegaron a la Bahía medio millón de pasajeros marítimos. Al borde del límite llegó casi a escondidas un crucero desde las islas. Desembarcó en la noche del sábado a cerca de 2.000 turistas brasileños que, rápidamente, subieron en una inmensa fila de autobuses camino de Lisboa.
La columna de autobuses nos recordaba la que nos trae a miles de visitantes en los fines de semana de Carnaval. La fiesta, por aquello del calendario, se salvó de la prohibición por los efectos del coronavirus. Hubiera sido una debacle para la economía de la capital su suspensión, como ha pasado con las Fallas en Valencia o la Feria de Sevilla y las ferias de la primavera de toda la provincia.
Y como ha pasado con la Semana Santa. Más allá de días de lluvia, nunca desde 1933 todas las cofradías habían dejado de salir a la calle. Llega el anuncio con la preparación de los palcos, con las últimos ensayos de los cargadores, con las hermandades ultimando la compra de flores, velas, con los pasos a punto de montarse. El Vaticano, como adelantó este diario el pasado viernes, abre la posibilidad de un fin de semana cofrade en septiembre. Esperemos.
La Iglesia gaditana no ha dado la orden del cierre de los templos como medida de seguridad, en contra de lo dicho por buena parte de las diócesis españolas. Los fieles, en todo caso, han preferido promover la fe interior y no salir de casa.
Lo cierto es que la anulación de la Semana Santa ha acabado por dar la puntilla a la hostelería.
En la medida de sus posibilidades, los ayuntamientos gaditanos han anunciado ayudas en el pago de los impuestos y tasas municipales, anulando el coste de la ocupación de la vía pública en estos días en los que permanecen desocupadas, entre otras medidas.
Los ayuntamientos han tenido que hacer cabriolas en sus cortos presupuestos y en sus ajustadas plantillas para atender a los colectivos ciudadanos más desfavorecidos.
Los servicios sociales han adoptado en todas las ciudades medidas extraordinarias para seguir ayudando a las familias en situación de pobreza o a los innumerables mayores que viven solos (en la capital el 26 de los hogares solo lo forman una persona, casi siempre de más de 65 años de edad).
Al contrario de lo que lamentablemente ha ocurrido en otros puntos del país, los geriátricos de la provincia atienden de la forma adecuada a nuestros mayores. El dolor por la separación de sus seres queridos se mitiga en parte con las vídeo conferencias.
Están también las personas sin hogar. En Cádiz hay algo más de un centenar. La capital mantiene desde hace meses una estampa que refleja la gravedad de este problema social: la ocupación de las bóvedas de la muralla de la Puerta de Tierra como hogar para estos indigentes.
Los municipios han habilitado espacios públicos para trasladar a este colectivo de ciudadanos sin medios de vida. El Ejército, en muchos casos, como ha pasado en Cádiz, ha colaborado con el Ayuntamiento aportando camas, mantas y otros enseres para una mejor atención de estas personas.
Las Fuerzas Armadas, en este caso la Infantería de Marina, ha apoyado a las fuerzas de orden público en el cumplimiento de las normas impuestas por el estado de alarma. Por primera vez en Democracia, los militares han patrullado por las calles y plazas como servidores públicos que son. Fue en 1947, tras la explosión de la base de defensas submarinas de San Severiano, cuando los infantes de Marina procedentes de San Fernando, vinieron en labores de auxilio a la capital.
El estado de alarma nos ha traído también una imagen inédita, que no lograron huelgas generales ni los duros años de la reconversión: el cierre de las grandes fábricas de la provincia y, en la Bahía, los astilleros y la aeronáutica, no sin alguna queja laboral en un primer momento por la falta de medios de seguridad.
Como también hace historia el cierre de todos los espacios culturales de nuestras ciudades. Cines, teatros, museos, salas de exposiciones. Adiós a los espectáculos y ojo con los futuros conciertos de verano, en la incertidumbre que nos da una pandemia que está lejos de ser vencida. Y entre estos cierres, el de las librerías. Muchos de los que ya no pasan las páginas de un libro sin duda ahora lamentarán no tener qué leer en casa.
Dejamos para el final a quienes deberían de abrir esta crónica: el personal sanitario.
Por lo pronto, la crisis ha puesto en evidencia a los que en su día recortaron la financiación a la sanidad pública.
Aún así, el pundonor, sacrificio y amor a su trabajo del personal médico, de enfermeras y enfermeros y del personal de apoyo en los hospitales y centros de salud deja claro que son los grandes héroes de esta tragedia colectiva. Quienes tienen que aprender de este desastre, una vez volvamos a una normalidad que no va a ser como antes, que asuman la obligación de apostar por la sanidad pública.
Mientras tanto, todos los días miles, miles y miles de ciudadanos salen, salimos, a los balcones y terraza para agradecer este sacrificio.
Retorno a casa
El cierre de fronteras, el cierre del espacio aéreo, la prohibición de las escalas de los cruceros turísticos ha cogido a miles de españoles en el extranjero con el pie cambiado y con grandes dificultades por retornar. Entre ellos muchos gaditanos. Lo mismo ha pasado con alumnos universitarios que estudiaban con la beca Erasmus en centros italianos. La UCA contactó con ellos para ofrecer su ayuda. Poco a poco van saliendo turistas gaditanos en los lugares más dispares del mundo intentantando la vuelta. De Argentina a Marruecos, de Uzbehistán a la vecina Francia. Mientras, los turistas buscan cómo marcharse.
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