Adviento y Navidad en un Cádiz sitiado
El mensaje de Paz y Amor que invoca la Navidad, no puede ser más real y más autentico que en el instante en que una ciudad está amenazada por la guerra · La tradición de los belenes llegó de Italia
Desde el día de la Inmaculada el 8 de Diciembre y el 13 día de Santa Lucia, comenzaba la cuenta atrás en los mercados. Los productos gastronómicos que serán demandados en las fiestas empiezan a desfilar por los puestos de las plazas de abastos. Pavos, conejos, gallinas, melones, naranjas, peras, manzanas y granadas. Alfombras de pasas, higos, nueces, castañas, bellotas, piñones, avellanas y batatas. Sobre las esteras de las tablas se depositaban uvas de todos los colores y sabores. Turrón de Jijona, pasas de Málaga, dulces hechos con miel y almendras, besugos, cazones y mazapán. Todo acompañado de la venta de instrumentos pastoriles y un tanto bucólicos a los que denominaban instrumentos rústicos.
La tarde del día veinticuatro las mujeres preparaban una cena consistente en la degustación de algún producto especial. La cena la presidía el abuelo y en torno a este, la familia, hijos, hijos políticos y nietos. El Belén a un lado de la pequeña sala frente al cual cantarían los villancicos acompañados por la zambomba, almirez, matracas y panderos.
Tras la cena y después de abrigarse la familia se dirigía a la Misa del Gallo, mientras que en la calle el estruendo de los que andaban de fiesta no permitía descansar a nadie. Hasta tal punto era el desvarío, que antes de las fiestas se redactan y leen bandos prohibiendo el uso de la máscaras y disfraces en los que refugiarse para profanar expresiones oscuras y provocativas o que se cometieran acciones indecentes. Incluso el uso de panderos u otros instrumentos, solo podía usarse desde el día 18 de Diciembre hasta el día de Reyes, quedando prohibido totalmente antes y después de esas fechas, bajo pena de quince días de cárcel.
La cena debería haber terminado al menos una hora antes de la Eucaristía para poder comulgar. Toda la Misa estaba acompañada de los tambores y las murgas haciéndose referencia en los manuales a la falta de compostura de algunos de los asistentes, bien por el vino de la cena o por lo tardía de la hora. Los varones y las mujeres por separado depositaban ofrendas en el Nacimiento de la Parroquia a lo que el cura respondía entregando tortas y pan bendito.
El pequeño portal de Belén se convertía en el centro de las celebraciones navideñas. A pesar de los avatares de la guerra, de la ocupación y del sitio, los españoles buscaron un resquicio para celebrar unas fiestas un tanto incompletas como las propias familias.
EL BELÉN A LAS PUERTAS DEL XIX
La llegada de Carlos III desde Nápoles supuso la entrada en España de un hombre amante del arte y mecenas del desarrollo ilustrado. Rey de Nápoles y Sicilia tras la muerte de Fernando VI, un reinado que se prolongará hasta 1788. Su afán por convertir Madrid en una ciudad moderna y hermosa le llevo a ser conocido como el Rey Alcalde.
De Nápoles trajo, además de su interés por las artes y las ciencias, su amor a las tradiciones italianas como las que se refiere a la Navidad y al Belén al que se entendía no solo como una manifestación piadosa sino como una verdadera obra de arte. Los Belenes del siglo XVIII en Nápoles estaban confeccionados con gran detalle y con una ambientación en la que se mostraba la riquísima vida comercial de la ciudad. Sus figuras, que presentaban gran lujo de detalles, eran de una enorme riqueza plástica y visual. La fábrica de porcelana creada por Carlos III en Nápoles llamada Fábrica de Porcelana de Capodimonte era la encargada de fabricar las figuras de dichos Belenes. Muchos historiadores cuentan como la propia Amalia de Sajonia , esposa del monarca y sus damas, confeccionaba las vestimentas y ropajes con materiales muy ricos y exclusivos para alguna de las figuras.
El Belén Napolitano llega a España con el propio Rey en 1760, custodiado hoy por Patrimonio Nacional. Cuando el padre Rocco, que además de amigo del monarca era su válido, recomendó encargar la fabricación de un nuevo Belén para su hijo pequeño, Carlos, futuro Carlos IV, logró que el Belén de rasgos Napolitanos se enriqueciera con la aportación de escultores españoles como José Esteve y José Ginés. Un Belén que aunque en un principio se instalo en las habitaciones de los infantes del Palacio Real luego se disperso en manos de coleccionistas particulares. Algunas fuentes hablan de un Belén de seis mil piezas, en donde destacaría la representación de una taberna para la que se confeccionó un total de cien platos con comidas en cada uno de ellos.
Podemos decir entonces, que la colección que empezaba con el Belén que regalaron a Felipe V en un viaje a Italia, se enriquecería posteriormente, iniciándose una tradición que ya permanecerá en España hasta nuestros días.
El llamado Belén del Príncipe está compuesto por figuras realizadas de la forma tradicional, cuerpo de alambre y estopa, cabeza de barro, extremidades de madera y vestidos con ricas telas. Algunas figuras que se añadieron eran de estilo genovés, las cuales tienen un sistema articulado de madera.
Será en este momento cuando aparece el hijo de un artesano napolitano, Salzillo que por encargo de Riquelme en 1783 realizará un Belén que se ha convertido en uno de los más importantes de España y que cuenta con quinientos sesenta y seis personajes y más de trescientos animales, además de maquetas y representaciones de edificios, viviendas y ambientes de tradiciones populares que quedan mezclados con la escenas religiosas.
Otro autor, Fray Eugenio Gutiérrez de Torices, fraile mercedario que empleaba para la elaboración de las figuras cera y los vestidos confeccionados junto además de con tela con papel.
En el Archivo Histórico Nacional, aparece recogido en un legajo a modo de inventario, las figuras que componían el Belén del noble Fernández de Córdoba Marqués de Algiranejo y Cardeñosa de la población granadina, en torno al año 1800. La minuciosidad en la descripción de las figuras, así como el detallismo empleado en los términos que usa y sobre todo la cantidad de piezas dan idea de la importancia de esta manifestación artística. La información aportada por el documento, en el que aparecen más de mil figuras, divide el Belén en diferentes escenas o misterios: Anunciación a María, visita a su prima Santa Isabel, sueño de José donde el ángel comunica al patriarca la encarnación de Jesús en María, búsqueda de posada, nacimiento, aparición del ángel a los pastores, adoración de los reyes, palacio de Herodes, degollamiento de los niños y huida a Egipto, presentación de Jesús en el Templo.
Junto a estas escenas religiosas, aparecen bien descritas, una serie de figuras que dibujan los rasgos más cotidianos, gañanes arando la tierra y sembrando, albañiles construyendo una tapia, carnicero matando un cerdo y la mujer recogiendo la sangre, zapateros remendando, mujeres haciendo cestas, etc. Es importante el apunte que se hace de los animales, dos docenas de pajarillos con asas para colgar, una docena de pájaros de agua, patos, cisnes y ocas, peces de rio, seis vacas, doce cabras y sus machos, bueyes, toros y jumentillos. No podía acabar la descripción sin los personajes más comunes, pastores, zagales, danzarinas, soldados y armados.
Hay descripciones de la primera mitad del siglo XIX, colecciones que a modo de cuadros costumbristas detallan algunas fechas festivas de la época, que hablan de plazas públicas en las grandes ciudades andaluzas donde se vendían figurillas de barro para los belenes, de cartón, de corcho, de madera e incluso de papel. Se vendía Jerusalén por unos cuartos, rebaños de ovejas, lentisco para hacer la vegetación y los polvos de colores para pintar las montañas de papel o cartón.
A mediados del siglo XIX, prácticamente en todas las casas de Andalucía se ponía el Belén, un tipo de Belén que los diccionarios de profesiones y manufacturas llaman belenes bastos y que eran en definitiva los únicos a los que podía acceder la mayoría. Eran de barro y fabricados en serie en casas particulares donde toda la familia se ocupaba de la fabricación. Se vendían a los cosarios o trajineros que se encargaban de llevarlo por toda España en carros de mulas, cambiando las figuras por telas, trapos o alpargatas.
EL proceso de fabricación era muy simple. Una vez sacadas de los moldes, las figuras húmedas eran subidas a los terrados colocadas sobre bandejas de madera en las azoteas y portales para secarse al sol, por lo que esto solía hacerse en verano. Con un agua tibia de cola se evitaba que la pintura se cuarteara y se conseguía que quedara brillante. Se llamaban obras bastas, porque todos los miembros se presentaban en un solo bloque de composición.
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