Pedro M. Espinosa

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De futbolistas, toreros e imbéciles

Mi padre no era un hombre muy dado a los consejos. Digamos que los administraba para soltarlos en ocasiones especiales. Cuando percibió que cumplía años pero me resistía a dejar atrás la edad del pavo, me cogió un día mientras observaba en el espejo de su dormitorio cómo me quedaban unos vaqueros desgastados que preludiaban otra noche de juerga y me dijo muy serio: Hijo, puedes ser lo que quieras en la vida, pero no seas imbécil. Desde entonces he intentado hacerle caso. Y en días como los de hoy compadezco a quienes han tenido la desgracia de no tener un padre como el mío, capaz de decirles, de la manera más sensible posible, que pueden ser cantantes, médicos, científicos, albañiles, fontaneros, futbolistas o toreros, pero que no pueden ser carajotes.

Me temo que entre los jugadores del Cádiz que pisotearon en Almería el escudo del Hércules y los leones hay algunos que no han sido bien aconsejados. Puede ser que sus padres no les explicaran siendo aún niños, niños de edad física me refiero, que en medio de un velatorio está feo hacer el payaso. Que eso del muerto al hoyo y el vivo al bollo igual vale para las telenovelas, o para los matrimonios de conveniencia, pero que en medio de una desgracia hay que tener un poco de educación y un poco de decoro. Que si a tu equipo, que descendió la pasada semana y que todavía cuenta con aficionados que padecen el insomnio provocado por la pena, le están metiendo un set, no te puedes reír en el banquillo, no puedes jugar a darte collejas como si estuvieras en el patio del colegio criaturita, que, aunque sea mentira, tienes que simular que te afecta lo que está pasando, que la vergüenza que siente el cadismo por tu patética actuación durante la temporada también te quita las ganas de chanzas. En resumen, que si el Cádiz iguala la mayor goleada de su historia en Primera a ti te tienen que entrar ganas de enterrar la cara en las manos y echarte a llorar. Porque si los seis goles del Almería te dan ganas de reír, entonces puede ocurrir que haya quien piense que nadie te dijo que en la vida podías ser cualquier cosa menos un imbécil. Incluso puede aparecer algún cadista, de los que ahorran todo el año para pagar su carnet y el de su hijo, de los que se dejan la garganta en el campo y mojan las almohadas con lágrimas de frustración, que piense que no tienes vergüenza torera.

Y hablando de toreros. Creo que los futbolistas del Cádiz han tenido este año mucha suerte. Han contado con la figura de un presidente que ha centrado las críticas de todos y que les ha hecho más de un quite por chicuelinas. Incluso un vicepresidente. Dos muñecos de pimpampum a los que arrear en cualquier momento. Sí, Manolo Vizcaíno ha fallado en la confección de la plantilla, correcto. No reforzó al equipo adecuadamente en el mercado invernal. Afirmativo. Pero no es el único culpable. Que a estos jugadores no les diera la gana de correr en Granada, que permitieran empatar al Almería con uno más por desidia, que se dejaran de ir en Valencia, en Vitoria, en Pamplona, que no hayan tenido agallas para ganar ninguno de esos partidos donde se jugaban la vida, no es culpa del presidente. Que en Almería el Cádiz escribiera un episodio bochornoso, no es culpa del presidente. Que varios jugadores se troncharan de la risa mientras su equipo era una caricatura en el verde, tampoco. Los jugadores no pueden ser ajenos al fracaso estrepitoso de la temporada. Son los principales culpables. Los grandes responsables. Así que menos risas señores. Que estamos de luto.

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