Hay cierta clase dirigente política que no sabe gobernar sin provocar, enredar, encender, confrontar y dividir. Están incapacitados para el temple que requieren las decisiones que deben mirar por el interés general. Un día arremeten contra la carne roja, otro te dicen que el taichí es un cuento y al siguiente le arrean a la fiesta de los toros o a la Iglesia, según se despierten con el prejuicio más elevado o menos acentuado. El caso es agitar sonajeros que distraigan de lo fundamental, como sería la lucha contra un índice de paro que duplica la media europea. No se acuestan nunca dejando una sociedad mejor, sino más tensionada. Ernest Urtasun, ministro de Cultura, se carga el premio nacional de Tauromaquia. El tal Urtasun forma parte de una plataforma política en estado de coma. Sumar ha hecho el ridículo en las elecciones de Galicia y el País Vasco. Sufrió anteriormente un acusado descenso en las elecciones generales. Está sostenida en el Gobierno porque interesa en el mosaico de apoyos que necesita Pedro Sánchez para seguir en la Moncloa. Sumar está en estrepitosa caída con Yolanda Díaz al frente. Sánchez se come su espacio. No hay sitio para dos histriónicos en el reino de España. Y el personal suele preferir productos originales. Sumar tiene que provocar ruido, recuperar el protagonismo perdido, hacerse notar y, al menos, salvar los muebles de la parroquia propia, esa minoría de la izquierda más a la izquierda que siempre ha habido en la Cámara Baja gracias a sus escasos votantes pero muy fieles. Urtasun es un comunista educado en las selectas aulas de un colegio privado francés, el típico eterno niño pijo de cuidado desaliño, encantado de conocerse a sí mismo y al que a la hora de gobernar se le nota poco su condición de diplomático. Toma decisiones de sectario que algún día recordaremos acaso con una sonrisa leve. Al menos mucha gente se estará preguntando quién es Urtasun. Sin duda es alguien poco original, que no proyecta su trabajo para unir o, al menos, para no crear problemas donde no los hay. Urtasun dejará un día el banco azul. Y los toros seguirán saltando al ruedo porque los ganaderos los crían y desarrollan una tarea más que meritoria. Si los toros embisten y la fiesta es motivo de júbilo, las plazas se llenarán. La primera gran feria de España, la de Sevilla, ha registrado diez llenos y siete No hay billetes. Más de cien mil personas han pasado por taquilla. En breve veremos la respuesta del público en Madrid. Y así hasta octubre con la feria de Zaragoza. Contra los toros no pudo ni un Papa. Urtasun está de paso. Ya lo dijo el ordenanza de la anécdota cuando un ministro lo llamó al orden: “¡Estos interinos llegan con unos humos y después...!”. Mansean.

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