Libelos y panfletos

Aquellos libelos y panfletos, tan corrosivos, tan satíricos, tenían fuerza porque les precedía un largo aprendizaje literario

Tal como sucede ahora, la acritud, el insulto, incluso el odio, también presidieron, en ocasiones anteriores, la vida política española. Así, hubo muchos momentos de calor y violencia en las discusiones públicas, en las Cortes de 1812, en la ciudad de Cádiz. Un territorio cercado por tropas invasoras, pero abierto, por dentro, a las ideas e ilusiones de miles de refugiados. Entre aquellas murallas se recluyeron las posturas políticas más extremas, unidas solo por el cordón umbilical que proporcionaba luchar contra la invasión francesa. Por sus calles circuló desde el conservadurismo más servil hasta los liberales más exaltados, cada uno de ellos convencidos de que solo sus creencias podían salvar a España. La polémica lo llenaba todo, las controversias se desbordaban por tertulias, cafés, tabernas y periódicos, en un clima de libertad que el país no había conocido nunca. Pero conviene resaltar que aquellas discusiones políticas, tan agrias e iracundas, contaban con el añadido de su exigencia literaria. La apuesta por la independencia y la libertad que, en aquel clima social, se fraguaba, la encarnaron escritores, periodistas y comerciantes, para los cuales el nuevo oficio de político también requería ciertos respetos formales. A la hora de hablar desde la tribuna, o en la mesa del salón, había que denunciar al adversario con virulencia, como también debía desenmascararse al contrincante en la prensa, pero lenguaje, retórica y normas, debían honrarse. Fueron años en que se impusieron los cimientos ideológicos de todo el siglo. Y para comprobar hasta qué extremos crecieron las disputas basta recordar la beligerancia de los libelos y panfletos que sacudieron la opinión pública del Cádiz de las Cortes. Nació todo un género literario que buscó compatibilizar creencias vigorosas con una expresión de calidad acorde. Aquellos libelos y panfletos, tan corrosivos, tan satíricos, tenían fuerza porque les precedía un largo aprendizaje literario. Sus autores fueron, primero, escritores y, luego, como los necesitaba el país, se hicieron políticos. Todavía, pasados dos siglos da gusto y estimulo leer aquellos textos. Por fortuna, prosiguiendo su meritoria labor desde la universidad gaditana, Marieta Cantos Casenave ha recuperado el Diccionario razonado, escrito por Justo Pastor Pérez (Renacimiento) y Alberto Romero Ferrer y Daniel Muñoz Sempere han rescatado la réplica al anterior, el Diccionario crítico-burlesco, escrito por Bartolomé José Gallardo (Trea). Leerlos es un buen ejercicio comparativo entre la escritura política de dos situaciones conflictivas, la de ahora y la de entonces.

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