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Víctimas de la actualidad

Una situación política grave requiere toda la atención y hay que estar pendiente de ella, sin evasivas, cueste lo que cueste

Hace un par de días, Andrés Trapiello, en El Mundo, ironizaba por su insistencia repitiendo, una vez y otra, el mismo artículo en el periódico. Exageraba, con sorna, al decir que era el mismo artículo, ya que los asuntos aludidos eran distintos, pero los unificaba el estar movidos por la misma intención de dura crítica frente al presidente del Gobierno. Simulaba quejarse, ante los lectores, por verse obligado a denunciar, semana tras semana, la política de Pedro Sánchez, sin poder escapar al maleficio que impone a la prensa la insoslayable actualidad de estos últimos años. Señalaba así Trapiello un malestar que debe ser compartido por muchos de los que escriben páginas de opinión en tantos otros periódicos. Como si la crisis política en la que está inmersa España impidiera sustraerse al despotismo de una agobiante actualidad inmediata que impide otear otros horizontes y debatir otras necesarias cuestiones. La gravedad de lo que cada día está en juego obliga moralmente, a muchos de los que escriben, a criticar el mal e injusto uso de una política que permanece inamovible, aunque lleven años denunciándola. Si la conciencia lo demanda, para el escritor comprometido resulta difícil escapar a tan angustioso dilema: una situación política grave requiere toda la atención y hay que estar pendiente de ella, sin evasivas, cueste lo que cueste. Cómo escribir, una y otra vez, de la misma galería de personajes y de las mismas tropelías reinantes en el escenario político español. Cansa y asquea repetirse, en una y otra página, pero cómo distraerse por otros derroteros cuando abruma un acontecimiento político presente y de máximas consecuencias dramáticas para los habitantes de tu nación. Ya se han expuesto abiertamente mil veces los mecanismos internos y personales que movilizan a los que provocan tal desafuero. Por eso, crea un inmenso hartazgo hasta escribir sus nombres y exponer los resortes y ambiciones que los determina. Poco se puede añadir ya, porque además se conoce el limitado poder de la palabra impresa. ¿Qué hacer? ¿Qué contestarle a Trapiello que, como Sísifo, se siente una víctima cansada de sus propias e inútiles repeticiones? ¿Sería más ético escabullirse, husmear por otros horizontes literariamente más atractivos? Quizás eso esperan los actuales residentes en La Moncloa y demás compañeros en ese destructivo viaje: que se cansen, resignadas y hastiadas, las voces críticas que aún permanecen alertas en la prensa. Ojalá no lo consigan.

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