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José Pedro, in memoriam

De la conversación con él apreciaba su tono mesurado, que hacía que moderáramos las intervenciones

Mi colaboración de los sábados en Diario de Cádiz, procuro dedicarla a los gaditanos, de cualquier profesión, ocupación y condición social, que merecen ser recordados por las generaciones futuras, además de por su singularidad, por su amor a la ciudad en que nacieron. Por ello, aunque José Pedro Pérez Llorca (q.e.p.d.) ha recibido incontables testimonios de reconocimiento por su trayectoria y sus deudos, de sentimiento, por su inesperado fallecimiento, quiero hoy dedicarle este espacio que si no se lo dediqué cuando vivía era por ser consciente de que sería, un poco, a costa de nuestra amistad.

A la consulta de su padre en la Alameda Apodaca, recuerdo haber acudido de niño. Nacido en Alicante, se licenció como otros tantos forasteros en la Facultad de Medicina de Cádiz, de la que llegaría a ser catedrático. Además, pertenecía al Cuerpo médico de la Armada y de ahí la amistad con mi padre, que también era marino de guerra. Quizás por ello, su hijo Jaime, hermano de José Pedro, también oftalmólogo, era un especialista en cuestiones militares, llegando a ser vocal en la Comisión de Defensa en el Senado y representante español en la OTAN. Con Jaime, ya fallecido, coincidí en el Parlamento de Andalucía.

Con José Pedro no coincidí ni en el colegio ni en la universidad, en razón a que era cinco años más joven que yo. Cuando lo he tratado, ha sido estos últimos años, cuando él ha venido con frecuencia a Cádiz, porque como el gallego, empiezo a pensar que el gaditano no se resiste a la nostalgia de la luz e incluso del levante. Miguel Nuche, presidente del Casino Gaditano, tuvo el acierto de nombrarlo presidente de un Consejo asesor de la institución, que es -me parece a mí- una buena fórmula para que sepamos lo útil que es la convivencia. Por ello, lo he tratado con frecuencia estos años en sus visitas a Cádiz y también a Carmen, su viuda, nacida en la vecina San Fernando, inteligente y afable, a la que le acompaño en su sentimiento. A José Pedro, aparte de su afabilidad, le gustaba ironizar y sabiendo que yo lo era, ironizaba con los abogados del Estado, sin osar yo nunca defenderme con la pregunta de por qué en su importante bufete madrileño tenía tantos abogados del Estado en excedencia. De la conversación con él apreciaba su tono mesurado, apacible que hacía que todos los comparecientes moderáramos nuestras intervenciones. Fiel a Cádiz y repetitivo de los sitios que le gustaban, como el bar Terraza, de Pelayo, Cádiz pierde un hijo que ya es predilecto y cuyo recuerdo hay que procurar conservar.

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