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Ahora que han pasado el día del libro, San Jorge, el dragón y la rosa, los ayuntamientos de toda España se ponen manos a la obra para organizar sus respectivas ferias libreras según las posibilidades y capacidades de cada uno; unas por compromiso, otras con mucho ahínco y cariño, y todas ellas amparándose en técnicos de cultura más o menos especializados, cortitos de fondos y desbordados de trabajo.
La difusión de todo lo que implica el concepto abstracto del libro es una de las misiones que tienen las administraciones públicas, en un camino que va desde su promoción de la lectura y escritura en edad temprana a las salas de estudio y bibliotecas, los clubes de lectura, el Centro Andaluz de las Letras, las presentaciones literarias vinculadas a fundaciones de escritores, los cursos de escritura y los de edición, maquetación y todo lo que termine en “ón”.
Dice mi querida Yolanda Vallejo en su última columna que en Cádiz el día del libro hay todo tipo de actos y eventos -coincidentes, normalmente- y que desearía que la gente leyera durante todo el año y no sólo el día del libro. No le falta razón. Es más, las cifras de ventas de volúmenes en papel han subido exponencialmente desde el confinamiento por causa del Covid; algo sorprendente, en realidad. Pero una cosa es que se compren libros y otra muy distinta, que se lean. Los libros son polifuncionales: sirven para culturizar, entretener, para ser regalados, para decorar restaurantes woke e incluso para equilibrar mesas.
Los bibliófilos vivimos en estado de permanente ebullición, a la espera del ejemplar de nuestro escritor favorito, o de aquél que odiamos, para ignorarlo o, en otro casos, ponerle malas críticas en Amazon-Kindle. Luego están algunos escritores deseando despotricar sobre sus compañeros, destacando su ausencia de la más mínima calidad y, por supuesto, tratar de conseguir una explicación a que gente que no hace la o con un canuto -dicen- publique en editoriales potentes, que es como si dijéramos capitalinas. Algo interesante escribió Rosa Montero sobre la corta vida de las editoras literarias la semana pasada. Búsquenla.
Dudo de que nuestros jóvenes vayan a descubrir repentinamente el amor por la lectura, si no lo tienen ya. Estamos en la época del vídeo-gag inminente, la comida basura y las histories de influencers. Pero hay que intentarlo, claro. Por eso es importante que sigamos felicitándonos por el día del libro, que sigan haciéndose eventos y actividades y, sobre todo, que continúe la fiebre por leer y por escribir. Y ya que estamos, por corregir. Cuantos más días del libro haya, más feliz y preparada será nuestra España, nuestra Andalucía y nuestra bella provincia. Así que nada, al lío.
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