El Alambique
Belén Domínguez
Breve
La noticia de la semana en nuestro país es el pacto por la renovación del Consejo General del Poder Judicial firmado entre PSOE y PP. Cuando la noticia salió a la luz no salté de mi asiento gritando de alegría como si hubiera marcado gol España en el minuto 95 del partido; de hecho, apenas me moví. Como decimos en el Sur, "ni frío, ni calor". Y lo es porque no entiendo qué ganan los partidos políticos mayoritarios pactando precisamente en este momento, al igual que tampoco parece quedar muy claro lo que vaya a ocurrir de aquí a seis meses. ¿Elegirán los jueces a los jueces? ¿Llegarán a hacerlo?
Tengo la suerte de poder seguir a notabilísimos juristas en la red social X y muchos de ellos parecían sentirse igual que yo: una mezcla de incredulidad y decepción, de desgana y suspicacia. No voy a entrar a analizar técnicamente el documento, más que nada porque pocas horas después del anuncio de la “entente cordiale” tanto Félix Bolaños como Núñez Feijóo empezaron a precisar, que es un verbo culto que viste de fiesta lo de poner pegas. Eso demuestra que ni los representantes del bipartidismo tienen claro el asunto.
Hay una referencia interesante que, por otro lado, evoca al principio de incertidumbre o a lavarse las manos como Pilatos: lo que diga Europa. Van a tirar de derecho comparado comunitario para ver cómo se elige en la UE al gobierno de los jueces de cada nación soberana. Unos lo harán por sorteo, otros por mérito y capacidad, y algunos, supongo, por mero enchufe político. ¿Qué nos importa a nosotros cómo se forma el CGPJ de Francia? Lo que está diáfano es que se ha tardado más de cinco años en alcanzar un acuerdo de renovación por el propio inmovilismo de los partidos mayoritarios, que saben que un órgano plagado de jueces despolitizados les acabará perjudicando.
Mientras, en EEUU se desata el terror. Susto o muerte. Biden o Trump. Todos intranquilos, los que son jueces y los que no. Igual que en Francia, donde a Macron lo han soslayado y Eme punto LePen se hace con la primera ronda de votaciones, auspiciando el advenimiento de la ultraderecha gala. ¿Y la europea? No toda derecha es ultra, como no todo detergente deja más blanco. Habrá que hacer un proceso introspectivo para averiguar los motivos. El populismo, por supuesto. Y también la islamofobia, el racismo implícito o inconsciente, el descrédito de la gestión económica de los partidos de izquierda, el cada vez más bajo nivel intelectual de los votantes franceses, el hartazgo de la corrupción intestina.
Aquí al menos discutimos de si hay jueces de izquierda y de derecha, si hay lawfare activo o pasivo, y cómo los representantes del bipartidismo juegan con nuestros sentimientos una y otra vez, pero cuidado que la ola ultra que ha llegado a nuestro país vecino, a la Italia de Meloni y a otros países de nuestro entorno es una seria advertencia a la convivencia pacífica en nuestro país.
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