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El Alambique

Enrique Bartolomé

ebartolomeabogado@gmail.com

Salvador Cortés (Chigüi)

Tres años después de su marcha, la familia, los amigos y un buen número de portuenses homenajearon a una persona de bien, Salvador Cortés Núñez, el 'Chigüi' en la Casa de Alberti. No puede acudir al acto, y bien que lo siento.

Conocí a Salvador (a pesar de que en casa mi padre alguna vez se hablara de él) poco antes de su muerte. Coincidimos en el Bar Vicente, después de que Rafa, el peluquero-barbero de la calle Ganado me dijese que Salvador quería conocerme. Según me contó, seguía mis pasos a través de esta columna.

Me encontré con una de esas personas que conformarían en el tiempo -por derecho propio-, la nómina de portuenses célebres. Insignes, diría yo, si no fuera por esas absurdas interpretaciones que suelen producirse en esta nuestra sociedad portuense, que ponen en entredicho y sopesan todas y cada una de las acepciones que utilizamos los que nos atrevemos a escribir.

Y no me equivoqué, además de maestro tornero que fue, llevaba alma de poeta. Viajero impenitente, acuñó en su particular manera de observar el mundo, la libertad como bandera y el respeto a todo aquel que fuese pacífico. Así encontré a Salvador, así lo aprecié y así sentí su marcha -en silencio-, de este mundo.

El homenaje fue el sincero y merecido reconocimiento a una labor bien hecha, a la entrega a unos ideales, a un transcurrir por la vida impartiendo humanidad.

A toro pasado, destacar el buen hacer de Salvador en la sociedad portuense, siendo fácil, es ineludible. Lo mucho o lo poco que somos de ciudad (en el contexto en el que nos movemos), se lo debemos a gente como él que creyó en lo que hacía, y que -día tras día- empeñara sus esfuerzos en aportar su grano de arena. Ya balbuceaba, el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, que el primer deber del hombre es ser uno mismo.

Durante su vida, Salvador supo imponer la impronta de hombre de bien y trasladar, a donde fuese, su experiencia y su talante. Siempre rebuscó en las relaciones con los demás. Fue, sin duda, un auténtico coleccionista de amistades.

A su familia - en el recuerdo-, su poema Canto a la Libertad: “Un rio para lavarme/ un jato para dormir/ un puente para taparme/ y un campo para vivir”.

Salvador, donde te encuentres, un abrazo. Y gracias.

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