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En un lugar de la bahía, de cuyo nombre no quiero olvidarme, vivió no ha mucho tiempo, según Don Adolfo de Castro, un hombre que "No ha tres meses que de la ciudad de San Fernando fueron traídos a la de Cádiz muchos libros para ser vendidos públicamente, los cuales habían pertenecido a un abogado llamado don Pascual de Gándara, hombre curioso, aunque no de muy buen gusto literario". El letrado, por lo visto, dejó en manos de don Adolfo un librillo presuntamente cervantino, llamado el Buscapié, que por ser invención de Don Adolfo y despertar adhesiones y dudas, volvió loca a la intelectualidad decimonónica de entonces. Casualidad o qué sé yo qué, la ínsula gaditana creaba una polémica desde una biblioteca añeja, con una obra inusitada y oratesca. Curioso es que en esa época, el más famoso de todos los españoles reales y ficticios, fuera un loco grotesco, desde una obra calificada cual sátira, que ponía a la Insulae Leonis, en el trono del disparate.

Mi apreciado catedrático, Pedro Payán, cuando resalta el cervantismo gaditano, escribe los apuntes que un erudito, José María Sbarbi, quien levantará otra polémica con su Cervantes teólogo. La nómina de cervantófilos gaditanos, incluía, como no, a Adolfo de Castro, Mariano Pardo de Figueroa (Dr. Thebussem) -Embustes-, Juan Eugenio Hartzenbusch, Narciso Campillo, Pascual Gayangos o Cayetano Alberto de la Barrera, sin que asomase nariz ni recuerdo el Gándara de la Isla, que propiciase estas locuras.

Los cervantistas andaban a la greña en revistas y periódicos en torno a la vida de Don Miguel, y aducía el padre Sbarbi en defensa de su tesis, al ser reconvenido, que "el método que han seguido Morejón, Caballero, Fernández y Martín Gamero para pintar respectivamente al Manco de Lepanto como médico, geógrafo, marino y jurisperito, se ha basado en entresacar aquellos pasajes de las obras inmortales del gran escritor en que luciera su pericia e inteligencia en dichas facultades. Pues eso mismo he hecho yo".

Pero así me distraigo del horror de la pandemia y de mis dolencias, leyendo e invirtiendo ojos en estos escritos inventados o colaterales que distrajeron un tiempo con opiniones, vicisitudes y solfeos. El dolor no es el todo de la herida ni el miedo, vida, por eso con las caídas hondas de los cristos sin Dios, el hombre busca a lo mejor el buscapié, el cervanteo, el más allá detrás de todo esto, lo que fuera disentimiento, pasión y cuasi literatura, cuando el alma desciende sobre rosas marchitas.

A lo mejor en la gándara literaria, tierra baja, inculta y llena de maleza, ínsula barataria también, se inició una polémica gandariana, con un letrado, una biblioteca, a lo mejor como la Lobo, y un librillo que buscaba tres pies en buscapié, que sigue enredando cuando afirma que la envidia y el rencor, eso tan español, hizo que Don Luis de Aliaga se convirtiese en Fernández de Avellaneda o el falso Quijote. Todo en un impreso falso del siglo XVIII, hallado en una biblioteca de la misma ínsula, donde todo es posible, para siempre jamás.

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