Cuando empiezo el artículo, se lo dedico a Curro Orgambides y Sergio Pérez, taurinos serios como Diego Urdiales Hernández, el arnedano, quien es un buen torero al que va a ver torear, por su pureza, el maestro Curro Romero. Pero lo que tiene para el contexto de este artículo es dinamizar y poner al día a Diego de Urdiales, nombre postizo, alias o motejo de su real apellido que era el de Carriazo.

Es un pícaro de la novela cervantina, La ilustre fregona, donde se lee que pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae de la picaresca. O sea doctorado en la tauromaquia de la calle. Y confirmado en Madrid y Sevilla. Así instruía a los posibles acólitos que se daban de expertos, como los dramaturgos y las pértigas: "Amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes".

Veamos como establece Cervantes sus plazas más señeras: "En tres años que tardó en parecer y volver a su casa, aprendió a jugar a la taba en Madrid, y al rentoy en las Ventillas de Toledo, y a presa y pinta en pie en las barbacanas de Sevilla". Y cómo explica la vicisitud... "Ellos le recibieron con mucha alegría, y todos sus amigos y parientes vinieron a darles el parabién de la buena venida del señor don Diego de Carriazo, su hijo. Es de advertir que, en su peregrinación, don Diego mudó el nombre de Carriazo en el de Urdiales, y con este nombre se hizo llamar de los que el suyo no sabían".

Me gusta la puesta en pícaro del señorito de buena cuna como lo narra don Miguel. "Visitaba pocas veces las ermitas de Baco, y, aunque bebía vino, era tan poco que nunca pudo entrar en el número de los que llaman desgraciados, que, con alguna cosa que beban demasiada, luego se les pone el rostro como si se le hubiesen jalbegado con bermellón y almagre. Tal un pintor colorado". En fin, en Carriazo vio el mundo un pícaro virtuoso, limpio, bien criado y más que medianamente discreto. Pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae de la picaresca.

Los piropos destinados a los finibusteros son exactos, graciosos e inconmensurables. "¡Oh pícaros de cocina,-no de mastercheff- sucios, gordos y lucios; pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre pícaro!, bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí, allí, que está en su centro el trabajo junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, la hambre prompta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega, y por todo se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van o envían muchos padres principales a buscar a sus hijos y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar la muerte". Esto ocurre en Zahara y en Conil, ahí mismito, donde Marimé Chamorro Mohedas pasa consulta y una torre vigila la playa.

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