Aprender no siempre es fácil. Adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia cuesta bastante. Se necesita concentración, atención, tiempo, interés... Evidentemente no hablo de memorieta sin más, es decir, guardar unos datos por un tiempo, habiéndolos entendido o no. Me refiero a asimilar, a hacerse con algo hasta saberlo propio; a agarrar, matiz que se aprecia en apprehendere, la etimología latina de la palabra.

Se necesitan años para aprender a tocar un instrumento musical, dominar un deporte, escribir bien, hablar un idioma, cocinar, enseñar, curar, coser... Puede que ese esfuerzo de construcción lento y complejo sea lo que mantenga a salvo el conocimiento adquirido. No se puede desaprender sin más. Toda la voluntad del mundo no serviría para volver al estado previo a no saber leer o andar o montar en bici.

Lo que aprehendimos nos ha dado la forma del ser que somos, hemos esponjado sin vuelta atrás. El finde pasado, durante el estupendo curso de cine que dio el crítico Javier Ocaña, Aprendiendo a ver cine, una chica se le acercó para plantearle la duda de qué pasaría si a partir de conocer los tipos de planos, la profundidad de campo y otros elementos técnicos ya no le gustaban sus películas de siempre, intuyendo que perdería la mirada inocente previa al conocimiento.

El aprendizaje adquirido es irreversible si no intervienen el tiempo, un golpe o un trauma para revertir el proceso. Y entonces sí, llega el olvido, la cesación de la memoria, incluso del afecto, y nos convierte en otros.

Los griegos creían que al llegar al Hades las almas bebían del río Lete para olvidar su vida pasada. Desde que nacemos dejamos de ser una página en blanco. Aprender nos cambia la vida, por eso empiezo a verle cierto sentido a que desaprender sea la forma natural de irse de ella. A veces, cuando observo en gente muy mayor el desapego y desinterés por lo que eran, me acuerdo de los griegos. A lo mejor para el que se va es menos difícil si lo hace sin el sufrimiento de recordar lo que realmente lo mantenía vivo. Beber del río Lete suaviza el dolor de la partida, pero es muy cruel para quien asiste al proceso de la memoria que se deshace.

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