Arde la ciudad

23 de agosto 2023 - 06:00

No hace mucho que vivimos un desastre a las puertas de casa, un desastre como el que cada año vivimos desde la comodidad de nuestros televisores, el fuego, el inevitable, devastador y a veces, imprevisible, fuego, de igual intensidad destructiva que el agua, pero a veces, tan previsible, que parece que lo hacemos adrede. Y es que, a pesar de las quejas por la falta de espacios verdes, y del hecho de no ser siempre suficiente, pues cuanto más mejor, la ciudad cuenta con un cinturón de espacios verdes de singular belleza, frondosos pinares, amplias zonas verdes, dunas cuajadas de chascas, y un sinfín de arbustos acompañando el conjunto. Una belleza rota, en más de una ocasión con suciedad consciente, gravosa, artificial y de la cual todos somos culpables. Sin darnos cuenta, cuando disfrutamos de los mismos, dejamos nuestra huella. Papeles, botellas, restos de comida, plásticos, elementos que en nada pegan con el ambiente. Podemos culpar a la falta de mantenimiento y limpieza, sacando el dedo acusador y escondiendo nuestra vergüenza, porque, al fin y al cabo, sin nuestra intervención no sería necesario ese mantenimiento exhaustivo. Me niego a pensar, aun existiendo, que la mano del hombre y su afición al fuego sean siempre los culpables, pues tanto hoy, como ayer, las botellas se recalientan y pueden prender una llama. Los papeles se resecan, las colillas, no se apagan, y todo ayuda a la propagación. El verano va llegando a su fin, ya hemos experimentado el dolor de ver las llamas en directo, y va siendo hora de poner fin al da igual, un simple papel es el principio de mucho, una simple botella puede ser el fin del pasto, y en verano, siempre, siempre, hay riesgo, hasta por fumar. Ojalá lo vivido, y controlado este año, se quede en pura anécdota y por lo menos, en la parte que nos toca, no contribuyamos a terminar con la belleza y, en ocasiones, la existencia de nuestros pulmones verdes, porque a veces lloramos por el cambio climático y nos olvidamos de lo más sencillo, la educación climática. Claro está, sin perder de vista a quienes, cual niños, sientan atracción por las cerillas, por la inconsciencia y por el incivismo de ver cómo todos nos preocupamos.

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