Concierto de Javier Ruibal en el Teatro Falla

Que se abran las puertas del paraíso

  • Durante dos horas y media, el cantautor Javier Ruibal encandila al Falla con el pasado y el presente de su cancionero

El músico Javier Ruibal en el Gran Teatro Falla.

El músico Javier Ruibal en el Gran Teatro Falla. / Lourdes de Vicente

Son pocos los artistas que se suben a las tablas con tanto pasado, con tanto presente y con tanto futuro como Javier Ruibal. Cargado de razones, de música, de canciones asalta las tablas del Gran Teatro Falla el cantautor portuense que durante dos horas y media abre de par en par las puertas del edén, de sus Paraísos Mejores, como recoge el título de su último disco, para antiguos y nuevos seguidores, para gente chica y para gente grande. Que en la gloria multirracial, multicultural y panteísta de Ruibal cabemos todos.

Y ahí que llegó Ruibal, llamativa camisa y guitarra en mano, para salvarnos de la oscuridad con su voz que no por cálida y cercana deja de ser extraordinaria. Armado de respeto y de memoria (pequeño y certero mensaje para el fallecido Juan Carlos Aragón antes de comenzar el concierto), el que fue pregonero del Carnaval, el Premio Nacional de Músicas Actuales 2017, se desnudaba para dejarnos ver sus faros (y rosas) de Alejandría, sus jardines y sus galaxias (de Los confines de Orión al Ave del Paraíso), sus mapas del tesoro (Para llevarte a vivir), sus mares y sus naufragios (La playa de la mulata, ese gran himno ruibalero que es Isla Mujeres con el que cerró su concierto…)

Y ahí que trajo Ruibal la gloria, no la de Manhattan, ¡lástima!, rodeado de sus mujeres hechas de carne de sueño (Mi bella navegante, La flor de Estambul, La reina de África, La geisha gitana…) y hechas de su propia carne (Lucía Ruibal que baila, que Baila Lucía y baila lo que le echen ante el aplauso atronador del público de su padre) para llenarnos por dentro de esperanza, de paz, para hacernos creer (ay, viejo truhán) que es posible, que hay Paraísos mejores hacia los que caminar.

Y ahí que predicaba Ruibal, lavando la mancha con el pueblo negro (Black Star Line) y tendiendo al sol las vergüenzas de las políticas del pueblo blanco (Cuenta conmigo, compadre), “una gira me van a montar en la Junta de Andalucía cuando escuchen esta canción”, ironizaba…; peleando contra la Vox populi con versos de García Lorca (Ay, qué trabajo me cuesta...)

Y ahí que se plantó Ruibal con su remolino de cuerdas, las de su sonanta enredadas con las de su garganta, al compás, al milímetro, sin que nada sobre, sin que nada falte en sus quiebros y requiebros, a brazos partidos, a besos partidos, a versos partidos, entre Oriente y Occidente. Tan atlántico y tan mediterráneo. ¡Tierra!, modula en ese estribillo que es un canto de amor al Cuerpo celeste y a todos los que en él habitamos, haciéndonos sentir parte de este juego tan eterno como la historia de amor de esos dos personajes que se buscan en el tiempo en un Sin morir día a día y tan excitante como la del cantante de ópera y la rapera (Tu divo favorito)

Y ahí que se crecía Ruibal con Víctor Merlo, con Federico Lechner, con José Recacha, con Diego Villegas, con Javi Ruibal, con una banda que se entiende y lo entiende vistiendo su valiente desnudez con trajes a medida confeccionados por la flauta jonda la de Villegas, los riffs de compás de Recacha, el latido enraizado de Ruibal Junior, la profundidad del matiz de Merlo, la elegancia de las blanca y negras de Lechner.

Y ahí que reinaba Ruibal en su edén, que es el nuestro porque lo hizo para nosotros. En el reino de los Atunes en el Paraíso que le dedica al Paraíso, al del Falla que, esta vez, no gritó más que el resto del coliseo, todo entregado por igual, todos con las mismas credenciales para subir a los cielos.

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