Nuestros vecinos los magrebíes

Inmigración: la sombra del racismo

La población de origen marroquí en la provincia ha aumentado un 10% desde el final de la pandemia de covid

Imagen de musulmanes en Algeciras celebrando el final del Ramadán / Claudio
Pedro Ingelmo

20 de julio 2025 - 07:00

"No asocien inmigración y delincuencia. No es verdad. Es una mentira como la copa de un pino. De patriota a patriota: paren”. Estas palabras del director general de la Policía, Francisco Pardo, al diputado de Vox Javier Ortega Smith deberían bastar. Pero no. No paran. Un dato. Algeciras tiene un 9% de población inmigrante y un 60% de esa población es de origen marroquí. Su tasa de delincuencia en 2024 fue de 36,4 delitos por cada mil habitantes, que son cuatro puntos menos que la media nacional (40,6), una de las más bajas de Europa. El Puerto sólo tiene un 3% de población inmigrante. Su tasa de delincuencia es de 45,3 por cada mil habitantes. Casi diez puntos más con un tercio de la población inmigrante que tiene Algeciras y cinco puntos por encima de la media nacional. ¿Dónde está la relación entre una cosa y otra?

Pero la población percibe un problema y eso es un hecho, sea o no sea un problema real. José Manuel Menacho, por ejemplo, un hombre cabal y con experiencia, comisario honorario de la Policía Nacional que fue jefe local de operaciones de Algeciras en la crisis migratoria de 2018 piensa que “la inmigración ordenada es necesaria, pero la inmigración irregular crea conflictos, desestabiliza las sociedades”.

Algeciras, con un 9% de inmigrantes, tiene menos delincuencia que la media nacional

Después de que la diputada de Vox Rocío de Meer, un apellido de origen árabe, hablara de la intención de su formación de ejecutar la gran repatriación que incluiría incluso a españoles hijos de inmigrantes, el diario El Mundo realizó una encuesta y su resultado fue sorprendente. El 70% de la población estaba a favor de una medida que el economista Manuel Alejandro Hidalgo considera que hundiría el PIB, nos condenaría a décadas de estancamiento y nos abocaría a que nos aplastara la pirámide demográfica. Es verdad que la pregunta tenía trampa: ¿Está de acuerdo con deportar a los migrantes que hayan entrado de forma ilegal en España o que cometan delitos? Es decir, en la misma pregunta se mezclaba al inmigrante no regulado, que puede estar esperando su regulación -hay que esperar dos años desde la llegada para lo que se denomina arraigo laboral- mientras trabaja como buenamente puede, y la comisión de delitos.

Todo sucedió muy rápido. Un día aparecen en la televisión imágenes de la migra norteamericana (ICE, Inmigration Customs Enforcement) apoyada por el ejército entrando en hospitales buscando inmigrantes mientras los disturbios se suceden en Los Ángeles. A la semana, Vox lanza su mensaje ya conocido pero doblando la apuesta mimetizándose con Donald Trump. Sólo unos días después ocurre un extraño suceso en Torre Pacheco, uno de los pueblos fetiche de la formación de la derecha identitaria, en el que un marroquí con residencia en Barcelona, acompañado por otros dos, golpea sin motivo a un ciudadano que daba su paseo matutino en los alrededores del cementerio. A las pocas horas, el pueblo se llena de escuadristas adornados con parafernalia nazi con la diana puesta en un único objetivo: el magrebí.

Mujeres magrebíes trabajando en el puerto de Algeciras

Aflora una realidad. No sabemos si en este país tenemos un problema con la inmigración, pero lo que parece claro es que estamos mostrando los primeros síntomas de que tenemos un problema de racismo.

Pero quiénes son nuestros 13.863 vecinos de origen marroquí, que son los que están empadronados en la provincia en 2025 y que son 1.400 más que hace sólo cuatro años, cuando se dio por controlada la pandemia de covid. Empecemos por el principio. En 2009 el antropólogo Mokhtar Mohatar Marzok y el sociólogo de la Universidad de Granada Ángel Cazorla publicaron el estudio más exhaustivo existente sobre “Marroquíes en Andalucía”. En él se recogen testimonios de los orígenes de esta inmigración. Así, habla uno de los pioneros, que llegó a España a finales de los 70, Mohamed Al Hadj: “Entonces no era como ahora, con todo eso de los papeles: si tenías dinero te movías con facilidad. Los primeros que nos instalamos por Algeciras éramos gente que hablábamos bien español, habituados a tratar desde jóvenes con los españoles de Ceuta y Melilla, nos gustaba la buena vida, la cerveza… No veíamos Algeciras como el extranjero. Teníamos una cultura más cercana a España que a Marruecos”.

La llegada del regadío a Huelva y Almería supuso el verdadero efecto llamada para que se iniciara una emigración masiva. Hacía falta mano de obra para lo que iba a ser la gran revolución del campo andaluz, que se había quedado sin trabajadores a cuenta de la emigración interior, el éxodo a las grandes ciudades. José Bohórquez, un personaje fundamental en la profesionalización de los propietarios de la tierra, lo resume en dos palabras: agua e inmigración. Esos son los componentes de aquella revolución. Y dentro de la inmigración, la mano de obra marroquí resultó determinante.

El agua y la inmigración fueron los dos factores de la revolución del campo andaluz

En 1991, el gobierno de Felipe González trató de regular la llegada de marroquíes: para vivir en España había que tener papeles. Esto hizo que se generalizase un hecho residual: la llegada de las pateras desde la otra orilla. El naufragio de la conocida como patera de Rota en 2003, que arrojó durante días 37 cadáveres a las playas de La Costilla y de Fuentebravía, evidenció un drama y creó una corriente de solidaridad. Porque el marroquí era bien acogido y se integraba con facilidad en la sociedad española, como se recoge en el estudio de Mohatar y Cazorla, que desvelaba que cuatro de cada diez procedían del antiguo protectorado español, es decir, el Rif y la península Tingitana, lo que suponía una conexión cultural. Los sucesos de El Ejido en el 2000 tras la muerte de tres vecinos a manos de dos inmigrantes marroquíes, uno de ellos con un trastorno mental, puso en alerta sobre lo que fermentaba bajo esa convivencia.

En 1993 el obispado de Cádiz y Ceuta creó un secretariado de migraciones y a su frente puso a lo más parecido que hemos tenido a un santo, el ya desaparecido sacerdote Gabriel Delgado. Delgado impulsó un centro de acogida al que llamó Tierra de Todos, donde empezó a trabajar a través de la asociación Cardijn Carlos Carvajal, que observa con estupefacción la deriva de los acontecimientos. Su perspectiva de la inmigración es de interés porque es una perspectiva cristiana y no puede evitar cierta indignación cuando afirma que “igual que no pueden apropiarse de la bandera, tampoco pueden apropiarse de la cruz porque el Evangelio no dice lo que ellos dicen. Del mismo modo que el islam, una religión de paz, es manipulado para lanzar un mensaje erróneo; la ultraderecha se sirve de la religión para meter en la cabeza de los jóvenes mensajes equivocados. El problema no es la religión, sino el miedo a lo desconocido, se rechaza lo que no se conoce”.

Buscando derechos

Él sí los conoce porque hace treinta años que trata con los inmigrantes a diario y ha sido testigo de la evolución de la inmigración: “Hay tantas causas para que uno emigre como emigrantes. Cada persona es un mundo. En sus inicios, la inmigración marroquí llegaba a España buscando nichos laborales, sabían que si llegaban encontrarían trabajo. Ahora se da una emigración que busca derechos. Por ejemplo, un homosexual es perseguido en Marruecos, por lo que es lógico que quiera salir de allí. Marruecos es, demográficamente, un país muy joven que está avanzando muy rápidamente, pero hay una parte de la población que tiene veinte años y no quiere esperar treinta años a que el país donde ha nacido se modernice, quiere vivir como se vive en el primer mundo. Ellos tienen los mismos teléfonos que nosotros y ven lo que hay más allá de la orilla. Eligen su proyecto de vida y entonces llegan y les dicen a sus amigos o a su familia venid aquí conmigo”.

Carlos Carvajal, en las instalaciones deportivas de Tierra de Todos en Cádiz. / Miguel Gómez

El estudio de Mohatar y Cazorla incide mucho en ese aspecto. Las redes sociales que conectaban una orilla y otra fueron creando núcleos. Primero llegaba el padre y después iban viniendo la mujer, los hijos, los primos... Como dice Carvajal, hay un error semántico cuando se sigue hablando de inmigración con estas poblaciones ya asentadas: “Uno es emigrante mientras está emigrando, cuando está en movimiento, pero cuando está asentado aquí, compra en nuestros supermercados, va a nuestros colegios, va al fútbol, no es un emigrante: es un ciudadano más, un vecino”.

Esto tiene que ver con el mensaje lanzado por Vox sobre la integración en nuestras costumbres, lo que subleva a Carvajal: “Es que no sé de qué están hablando. ¿Cuál es el ideal español, de qué clase de integración hablan? Hay que ser una fotocopia de quién, ¿una fotocopia del caballero castellano del siglo XVIII? Pues si es eso yo tampoco estoy integrado. De lo que se trata es de cumplir unas normas sociales y la comunidad de origen marroquí las cumple en su inmensa mayoría y hay una minoría, igual que hay una minoría de españoles, que no las cumple”.

¿Cuál es el ideal del español, qué es la integración? Hay que ser una fotocopia de quién”

La Asociación Marroquí para la integración de inmigrantes, con sede en Málaga pero presente en toda España, centra sus esfuerzos en dos aspectos: uno es la concienciación contra la violencia de género y el otro es, a través de campañas en los centros escolares, combatir la islamofobia. Saben que los mensajes racistas están calando más entre los jóvenes. Su presidente, Ahmed Kalifa, reconoce que “cada día lo nota más el inmigrante marroquí pobre. No se nos facilita el acceso a todos los espacios, esa convivencia real en los espacios comunes, en los centros educativos, cada vez es más difícil. Hay un colchón ideológico que anima a muchas personas a tener esa actitud racista sin ningún reparo, se sienten cómodos hablando de racismo. Y es muy peligroso porque de las palabras se está pasando a la acción”.

Desde la otra orilla tampoco se ayuda. Coincidiendo con esta punta de tensión en España, Marruecos ha reactivado con un acto simbólico ante el islote de Perejil al Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla, rebautizado ahora como Comité de Coordinación para la Defensa de las Causas del Reino, una organización que es un títere del gobierno de Mohamed VI y que está manejada por los servicios secretos. Se acciona o se pone en pausa según convenga al momento de las relaciones entre los dos países. La amenaza de una especie de ‘marcha verde’ sobre las dos ciudades autónomas españolas está siendo la respuesta. Sin embargo, Ignacio Cembrero, posiblemente el periodista español con mayor conocimiento sobre las estrategias y el funcionamiento del régimen alauita, es de la opinión que “Marruecos no tiene nada que ganar poniendo en aprietos a un gobierno español complaciente”.

El pasado marzo los marroquíes superaron a los rumanos como primera fuerza laboral extranjera en España. También en Andalucía. Un tercio de ellos trabaja en el campo y la aspiración de muchos de ellos es saltar un peldaño, que es la construcción, y el siguiente es la hostelería. Hasta ahí. Pocos, muy pocos, tienen acceso a actividades laborales con mejores sueldos. Pero tampoco los veremos apenas en grandes cadenas de supermercados o dando clases en los colegios. Sus resultados escolares están por debajo de la media y los marroquíes no son ni más ni menos listos que el resto. Nada de esto es casualidad. Carvajal habla abiertamente del “estigma, como ocurría antes con los discapacitados o con las madres solteras. Si señalas las personas racializadas, qué integración van a tener. Si estás en una sociedad que no permite el encuentro, que no crea lazos, es esa sociedad la que tiene un problema”.

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