De libros

¿Quién dicen que soy yo?

  • Alfredo Fierro brinda en su último ensayo una abrumadora lectura histórica de la actual descristianización de Occidente, en una mirada libre y desmitificadora.

Después de Cristo. Alfredo Fierro. Editorial Trotta. Madrid, 2012. 560 páginas. 28 euros.

Este libro constituye un verdadero acontecimiento por varios motivos. El primero es su contenido, del que daremos debida cuenta en las siguientes líneas. Pero no menos importante es el regreso de Alfredo Fierro (Soria, 1936), aunque con no poca prudencia, a la crítica teológica, ámbito del que es referencia absoluta en toda Europa y que debe a este autor tan lúcido como inquieto algunos de sus episodios más felices en el último siglo. Después de una primera etapa entregado a la teología más convencional, coincidente con su carrera docente en el ámbito eclesiástico, Fierro optó por el estudio aconfesional y la psicología, especialmente en el orden de la personalidad (su escrito Memoria de un éxodo: desde un pensamiento crítico a una ciencia objetiva de la persona, publicado en 1994, es suficientemente ilustrativo al respecto). En 1978 inició así un largo periodo dedicado a la docencia de la psicología, primero en la Universidad de Salamanca y luego en la de Málaga, de cuya Facultad de Psicología fue decano entre 2001 y 2006 y de la que actualmente es catedrático emérito. Tras dos importantes obras fuera ya del campo de la psicología como Heterodoxia (2006) y Humana ciencia: del ensayo a la investigación en la Edad Moderna (2011), este Después de Cristo es la aproximación al hecho religioso más importante desde su monumental Sobre la religión (1979). Así que tenemos aquí, en parte, un aparente viaje de ida y vuelta que en el fondo resulta no ser tal; no, al menos, en cuanto a la posición de quien se sienta a estudiar la figura de Cristo y al cristianismo. Sus objetivos, procesos, intenciones y sobre todo instrumentos son, absolutamente, otros.

El pasaje evangélico en el que los autores se muestran más dispuestos a revelar aspectos de la personalidad de Cristo es, paradójicamente, una incógnita: aquél en el que Jesús de Nazaret pregunta a sus discípulos "¿Quién dicen ellos que soy yo?", para pasar a preguntar a continuación: "¿Y quién decís vosotros que soy yo?" Esa cuestión es la que atraviesa todas y cada una de las páginas de Después de Cristo. Fierro decide abordar la cuestión con intuición y procedimientos científicos, los propios del conocimiento humano, lo que supone una tarea titánica al tratarse, tal y como advierte el autor en las primeras páginas, de un personaje cuya verdad histórica puede resumirse en apenas diez palabras. Nada sabemos de aquel hombre llamado Cristo más de lo que dicen los Evangelios, escritos no con voluntad histórica sino catequética. Pero, ya que tal y como advierten los mismos textos neotestamentarios, Cristo es, en gran parte, lo que otros dicen de él, Fierro dirige su mirada desmitificadora hacia el modo en que Cristo ha sido representado, pensado, asumido, criticado y venerado a lo largo de los últimos 2.000 años. Desde la misma Antigüedad en la que Cristo es crucificado, la obra revisa la impronta de Cristo y el cristianismo hasta el presente, una época que no duda en calificar de poscristiana, en la medida en que la influencia y la presencia de Cristo, tanto en una dimensión social como en otra más privada o particular, son ya apenas evaluables. Incluso decide tomar el guante de autores como Flaubert y Yourcenar, quienes se refirieron al periodo que transcurrió entre Cicerón y Marco Aurelio como una "época sin Dios" en la que, olvidados definitivamente los antiguos dioses, y mucho antes aún del advenimiento del cristianismo, "no había nada más que el hombre".

Después de Cristo recorre así la Edad Antigua en la que Cristo terminó indisolublemente identificado con Dios, el Medievo y sus herejías en torno a la naturaleza de Cristo frente a la consolidación de un corpus teológico oficial, el paradigma impuesto por la Reforma y la emancipación auspiciada en la Edad Moderna, la cristalización de la razón como única vía admitida por la Ilustración para conocer a Cristo, la extinción de Dios del centro mismo de la religión a cargo de Feuerbach, el alumbramiento en el siglo XX de una noción de religión como sentimiento y experiencia, la difícil posición de cualquier trazo de divinidad tras la Segunda Guerra Mundial, el abandono de Cristo por parte de la filosofía y del arte y el hoy poscristiano, en el que no obstante Cristo sigue siendo visible, aunque vacío de presente, tal vez como antesala de un futuro en el que de nuevo corresponda preguntarse quién es él.

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