La plaza de Candelaria de Cádiz: sus históricas reformas

Historia de Cádiz

Un detallado y documentado repaso por los cambios sufridos por este emblemático lugar del casco histórico de Cádiz, con el polémico derribo del convento que condicionó su futuro

¿Cómo era el convento de la Candelaria?

El pozo de la plaza de Candelaria

Convento e iglesia de Candelaria desde la Catedral por Gaudin en 1856.
Joaquín Miguel Bonnemaison Correas
- Investigador

15 de agosto 2023 - 06:00

Con motivo de las recientes obras que se están llevando a cabo en la plaza de Candelaria y del hallazgo del pozo del desaparecido convento creí interesante profundizar un poco en la historia de este espacio tan querido. Comenzaremos por el principio y para ello empecemos por recurrir a la Guía del Viajero en Cádiz del alcalde Adolfo de Castro de 1859 y el Callejero de Smith Somariba de 1913, el primero para conocer el convento que ocupaba el mismo espacio y el segundo para el entorno.

Respecto al convento, Adolfo de Castro nos refiere cómo pertenecía a las religiosas Agustinas Calzadas. Partiendo todo de la necesidad de dar un convento para acoger a unas mujeres con vocación religiosa que no tenían los recursos necesarios para ingresar en el de Santa María. De este modo fueron trasladadas en 1593 a una primitiva iglesia de Candelaria ubicada en el mismo espacio de la plaza actual poco antes del Asalto Anglo-Holandés, el cual se saldaría con el saqueo del templo, contexto en el que se ubica la famosa historia de la figura de la virgen titular rescatada por uno de los feligreses en un pozo que ya contó nuestro compañero Pascual Saturio.

Tras este desastre fue necesaria la reedificación de la iglesia y el convento en el siglo XVII, para lo cual se sirvieron de las limosnas de los fieles y de una imagen del Niño Jesús situada frente al templo en actitud de pedir bajo la cual se podía leer la siguiente quintilla: “¿Cómo el que hasta aquí llegó sin dar limosna se va? Sin duda no reparó que es mi madre á quien la dá, y quien la pide soy yo”. Sin duda una muestra del ingenio y la gracia del pueblo gaditano, gracias a las cuales se recaudaron cinco mil ducados.

Las principales fuentes gráficas para conocer los edificios de la iglesia y el convento de Candelaria son: la maqueta de 1779, la fotografía estereoscópica (ser vista en tres dimensiones) de Gaudin tirada en esa dirección desde la Catedral en 1856, la pintura de Hubert Sattler de 1867 y una fotografía estereoscópica del francés J. Andrieu del mismo año, las dos desde Torre Tavira.

Candelaria durante su inauguración en 1887 por Gálvez (hacia la Catedral).

Bien, ahora vamos con el entorno a través del callejero de Smith de 1913. Empieza refiriéndonos cómo durante la Primera República Española le fue cambiado el nombre de Candelaria a Castelar como uno de los presidentes de la misma. No en vano en 1905 se instalaría la estatua del insigne personaje en el centro de la misma. En cierto punto nos da una interesante descripción de la plaza que existía en los tiempos del convento: “La primitiva plaza era un pequeño espacio, que resultaba entre la fachada del convento y la enfilación de las calles de Santo Cristo a Montañés, tenía grandes y añosos árboles que la hacían muy sombría y asientos de piedra con respaldos de hierro.”

También tengo constancia de que la entrada a la iglesia era por la parte que da hoy a Santo Cristo, la parte del edificio de hierro y cristal de la Junta de Andalucía que conocemos hoy. Continúa el texto con la reedificación de 1680 al 90 y su estado algo ruinoso en 1873, recién proclamada la I República, cuando a 28 de marzo se acordó unilateralmente su derribo pese a las enérgicas protestas del gobierno eclesiástico.

Aquí hay que hacer una pequeña parada para destacar que el derribo se llevó a cabo durante el mandato revolucionario del entonces alcalde Fermín Salvochea y que la motivación fue la del espíritu anticlerical que lo dominaban a él mismo y a quienes le seguían en aquellos tiempos convulsos de los cantones. Prueba de ello es que se llevó a cabo de manera apresurada, apenas tres días después de ocupar la Alcaldía Salvochea, dando apenas 48 horas para que las monjas lo desalojasen, con el fin de que desde el gobierno de la nación no se le negara, pues el propio presidente del Congreso de los Diputados, Emilio Castelar, había nacido en la pequeña plazuela frente al convento y tenía gran estima a esa zona de su infancia (amén de ser mucho más moderado).

Plaza de Candelaria con el monumento a Castelar en una vista de Alois Beer en 1906.

De este modo se procedió, como dije, en base al peritaje de un arquitecto que declaró el estado de ruina del edificio, la cual en realidad solo afectaba a zonas concretas del mismo, conservándose la mayoría del edificio en buenas condiciones. En este contexto se dio el curioso evento que fue la manifestación de las señoras de la Junta de Damas y de la Asociación de Hijas de la Inmaculada frente a la casa de Fermín y ante el Ayuntamiento para evitar el derribo, siendo inútil.

Otra cuestión es lo que la ciudad ganara con estos nuevos espacios libres, tal y como refiriera Madoz en su famoso diccionario unos años antes, pero eso no justifica el atropello que implicó su derribo, absolutamente politizado y que costó la pérdida de dos magníficos conventos, este y el de los Franciscanos Descalzos frente al mercado (actual edificio de correos), que eran una parte insustituible de nuestro patrimonio arquitectónico y también importantes templos para los fieles. Una vez se hubo terminado el derribo, el solar quedó como depósito de materiales hasta 1878 y sin una finalidad clara lo cual prueba que el único propósito del derribo fue el de arremeter contra las propiedades de la Iglesia, pues los solares resultantes, este y el del mercado de abastos, quedaron más de una década en el más absoluto desuso. Finalmente, los vecinos de la plaza con la intervención municipal lo adquirieron en propiedad con la condición de que no se edificase en él, destinándose al servicio público; por eso al concederse en sesión de 18 de noviembre de 1881 a José María Quintero permiso para la colocación, en su centro, de un circo ecuestre, protestaron con energía, a pesar de lo cual funcionó la Compañía Rizarelli y aun se le concedió una prórroga, transformándose el circo en teatro, que inauguró una compañía de zarzuela el 25 de marzo de 1882.

Con anterioridad había solicitado el eminente fotógrafo Rafael Rocafull establecer en su centro un pabellón de hierro y cristal, dedicado a exposición permanente, siéndole negada la autorización que para ello pedía. De estos circos les muestro yo el conocido como Gaditano que era de estilo suizo en madera y aguantó durante los últimos meses del año 1884, cuando fue derribado y comenzadas las obras de la nueva plaza. Se inician así los jardines por Cayetano Santolalla de la Fuente y se cita lo siguiente: “Se colocan bancos de hierro del taller de Rafael Mato. Se instalan tuberías y bocas de riego para el futuro jardín. Se eliminan restos del antiguo circo-teatro que estuvo instalado y se comienza a plantar árboles”. Todo esto se aprecia ya consolidado en la fotografía de Antonio Gálvez que es de unos pocos años después, en 1887, cuando los bancos y jardines además del arbolado ya están instalados. Lo que no tengo claro es cuándo se instala la famosa fuente que todavía hoy se conserva cerca del monumento a Castelar, la cual tengo entendido venía del Parque Genovés, luego debió ser posterior a 1892.

La última reforma llegaría en 1903 con un nuevo pavimento. El monumento a Castelar que existe en su centro se debió principalmente a iniciativas de Luis José Gómez, alcalde entonces de la ciudad. Su inauguración se verificó con gran solemnidad y en presencia de otro no menos famoso orador e hijo de Cádiz, Segismundo Moret, que pronunció un magnífico discurso. Tuvo lugar esta fiesta el 5 de octubre de 1905. Con anterioridad se había colocado, por acuerdo del municipio, en la casa número 1, en que nació el ilustre republicano, una lujosa lápida de mármol y bronce, conmemorativa de aquel hecho, por iniciativa del propio señor Gómez y del Ayuntamiento, la cual permanece hasta nuestros días. El acto de descubrir la lápida fue muy solemne, pronunciando un elocuentísimo discurso otro gaditano ilustre, Rafael de la Viesca. Sea como sea, una ciudad con tan poco espacio como el Cádiz del siglo XIX ganó una soberbia plaza y es que como dice el dicho “no hay bien que por mal no venga”, esperemos que la nueva reforma acabe con la peatonalización de este espacio como ya ocurriera con la de España.

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