La venda en los ojos

No sólo los jueces, todos tendremos que ponernos la mano en la boca antes de criticar, como los futbolistas

Cuando pensábamos que abogados, fiscales y los jueces no eran personas normales y corrientes, porque vivían con una venda en los ojos, se nos ha caído un mito. Gracias a unas grabaciones, nos enteramos de golpe y porrazo que también pertenecen al común de los mortales con sus virtudes y con todos los prejuicios y miserias. El primer mazazo llegó cuando supimos que la ministra de Justicia, Dolores Delgado, llamó "maricón" -desde el cariño, por supuesto-, al actual ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en una lejana comida cuando era fiscal de la Audiencia Nacional, en compañía de Baltasar Garzón y el comisario José Manuel Villarejo. Incluso fue más allá al relatar en tono divertido cómo vio a jueces y fiscales con chicas menores de edad durante un viaje a Cartagena de Indias.

El personal trataba de asimilarlo cuando un juez y una fiscal, mientras eran grabados sin saberlo después de la celebración de un juicio, se referían a una víctima de malos tratos como "bicho" e "hija de puta", todo ello en el tono más distendido. Como es natural, la noticia corrió como la pólvora en esta provincia cuando se supo que el magistrado es gaditano. Este dato es importante porque aquí llamamos hijo de puta hasta al que mete un golazo o resulta premiado con la Primitiva -"¡qué suerte tiene el hijo de puta!"-, y en menor medida para ofender. Ante las críticas, el magistrado se ha apartado de la causa antes de que se lo pidieran, a sabiendas de que sus prejuicios lo condenaron junto a la fiscal del caso, aunque de ella poco o nada se ha dicho. Sus compañeros aseguran que es un gran profesional y mejor persona, aunque ninguno da la cara por él, temerosos ante la posibilidad de que alguna grabación los deje en evidencia el futuro.

Hasta ahora, los más despistados quizá pensaban que los juristas -se hayan quitado la toga o no- también se piden la palabra con la venia en los pasillos del juzgado o en la barra del bar antes de analizar un caso, desde los hechos probados y basándose en fundamentos jurídicos, para llegar a una resolución. Pero ahora nadie se podrá llevar a engaño, y será más fácil imaginar lo que piensan en realidad cuando caen en sus manos denuncias, sin ir más lejos, con las que nuestros representantes les roban su tiempo tratando de recuperar a través de la Justicia lo que perdieron en las urnas. ¿Qué pasará por la cabeza de un juez cuando un partido denuncia a un alcalde de otro color por un caso de enchufismo? ¿Hasta qué punto se les achicharrará la sangre cuando un concejal se querella contra otro por supuestos ataques contra su imagen y su honor, a la vista del espectáculo que todos ofrecen? ¿Qué dirán cuando los propios compañeros de partido se apuñalan por la espalda? Es más, ¿qué pensarán Susana Díaz de Pedro Sánchez y Rajoy de Aznar en la intimidad? Delante de una cerveza, cuesta imaginarse a los jueces diciendo, 'señoría, con el debido respeto y a las pruebas me remito...' Fuera de micrófono, la realidad es la misma para todos, el problema es que la privacidad cada vez está más cara y conviene guardar las formas. Antes de decir lo que uno piensa, los jueces han de asegurarse de que nadie les graba y de que ningún Villarejo anda cerca. De lo contrario, si son expuestos a lo público sin su toga y la debida venda en los ojos, y por mucho que sus colegas les defiendan de puertas hacia dentro, serán sentenciados. Y no sólo ellos: como nada cambie en este país, muy pronto tendremos que ponernos todos la mano en la boca a la hora de criticar, como hacen los futbolistas.

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