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Luis Chacón

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El límite del poder

La libertad, si no es posible ejercerla sin más trabas que las que la ética y el respeto a la libertad de los demás, es ilusoria

El poder, que en acertada frase de Lord Acton, corrompe, y si es absoluto, corrompe absolutamente, siempre busca imponerse sobre el individuo. Salvo que este, en un alarde de justa rebeldía se revuelva de algún modo contra el mismo. La libertad, si no es posible ejercerla sin más trabas que las que la ética y el respeto a la libertad de los demás requieren, es ilusoria. Cuando el Estado, el poder, en definitiva, invade lentamente la esfera más personal del individuo, el progreso de la sociedad se estanca y retrocede hasta volver a convertirla en tribu. A subsumir al individuo en la colectividad y a intentar convencerlo de que la aparente abundancia que se le ofrece compensaría la pérdida de libertad que se le exige. El poder es intolerante pues no gusta de admitir discrepancias. Recordando al Yago de Otelo, la senda de sumisión del estatismo -venga de donde venga- convierte al ciudadano en un siervo que emplea su tiempo muy a la manera del burro para con su amo, por el forraje nada más.

La democracia no es, per se, garantía del respeto a las libertades individuales. Define, sin duda alguna, cómo acceder legítimamente al poder. Pero es el liberalismo quien determina como controlarlo y limitarlo. En democracia, el poder público debemos ejercerlo todos. Pues todos somos ciudadanos libres e iguales. Y lo hacemos a través de nuestros representantes. Elegidos, sin traba alguna, mediante sufragio libre, universal, directo y secreto. En una democracia liberal, sea quien sea ese representante coyuntural, la sociedad de hombres libres que comparten vida y hacienda y han de definir el futuro en común, debe determinar hasta dónde puede llegar ese poder y cuáles son sus límites frente al individuo. Límites representados por el estado de derecho y el respeto a los tres derechos humanos fundamentales: vida, libertad y propiedad. Convertir la dignidad inherente al ser humano en el centro de toda acción política y asumir que el ejercicio de la libertad individual exige responsabilidad, para con cada uno de nosotros y frente al resto de conciudadanos.

Encontrar el equilibrio entre lo público, que siempre debe estar al servicio del ciudadano, y lo privado es complejo. Pero sólo si elegimos la libertad frente a la tutela y el humanismo, que es la sublimación de la diversidad, frente a la cerrazón del fanatismo, el individuo y la sociedad libre se impondrán a la manipulación caprichosa de las masas.

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