El salón de los espejos
Stella Benot
La Transición andaluza
Más de una vez he leído que la vergüenza es la emoción secreta o la emoción escondida. Cuando se siente vergüenza, también uno se encuentra avergonzado de sentir vergüenza. Pero, como sabe mi sonrojado lector, vergüenza lo que se dice vergüenza de verdad, hay muy poca en esta vida y, por desgracia para el que la tiene, cada vez menos. No hay más que poner la tele y ver que ese pudor y retraimiento que uno sobrelleva, según cómo se mire, no florecen en ella. Gritos, amenazas, groserías, insolencias, abundan en esos programas de la tarde. Todo, menos vergüenza.
Y me da vergüenza al leer a estos colegas míos aquí -en este Diario de todos- a los que tanto aprecio. Me da vergüenza de mí, por lo torpe y tosco, por basto y ordinario. Si me comparo -en estos generosos y hospitalarios papeles diarios por acoger lo que no es poético, ni fino, ni quimérico- con estos escribidores de la ensoñación y el buen tino como son Montiel y Duarte. Amigos, pero rivales en el decir. Maestros de siempre. Hombres con suerte empapados de esa savia "berenguiana". Otra cosa es lo que opine el lector, los de ellos y los míos, porque alguno tengo. Tan mentecato soy que sólo veo, me creo, la realidad desde este cierro ya caduco, algo sentimental y viejo.
Además, me da vergüenza seguir comprobando que esta Isla de la que provenimos y nos iniciamos, sigue sin tener memoria. Como también me avergüenzo al intuir, porque la vista no me alcanza, lo que va a quedar de este país, desquiciado y lerdo, después del 20 de diciembre. O de esta asusanada Junta que, ahora peor que nunca, trata de subsistir con ese dictador acuerdo reciente de no admitir a la pisoteada oposición ninguna proposición ni iniciativas legales. Y se me cae la cara de vergüenza pensar que nunca veré pasar por mi calle Real el tranvía o, cómo a mi edad, aún no haya escrito un libro, algo que debe de ser muy fácil porque todo el mundo lo hace. Me ruboriza tener una impertinente vejiga hiperactiva, aunque sé que hay una reeducación vesical con micciones programadas. Además de sentir un bochorno enorme al verme cada vez más incapacitado para leer los periódicos, ya que me encuentro con más siglas indescifrables que letras en una sopa.
Total, mi corrido lector, hasta me avergüenzo por mi pequeña y adorable nieta. No es de recibo que en el portal de su casa aparezca un letrero como aviso o advertencia del presidente de la comunidad en el que reprende a los vecinos de arriba que no arrojen condones al patio interior, porque ahí también viven personas. Cuando los niños lo leyeron, preguntaron, como es lógico y natural.
En definitiva, aunque no se lo crea mi lector, si aún se hallase ahí, también me da vergüenza de este acabado artículo. Punto redondo.
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