Un breve catalán

Miguel Catalán sabía que «El recuerdo del bien es un reflejo. El recuerdo del mal, una mancha»

Ha muerto en su Valencia natal a los 61 años el filósofo Miguel Catalán. Yo no lo conocía como filósofo, sino como aforista, si puede hacerse esa diferencia, con permiso de Heráclito. Quiero decir, que no había leído ninguno de sus diez ensayos sobre Pseudología, esto es, sobre la mentira. Es uno de los temas de nuestro tiempo, por desgracia. Él explicaba así su pasión investigadora: «El universo del engaño es casi infinito y al tiempo, conmovedor. Sea la ilusión del autoengaño, la mentira piadosa o la propaganda política, nunca te deja indiferente. Dedicar toda una vida de investigación a un tema en concreto, aunque sea tan transversal, es posible porque hay una fuerte corriente subterránea: el deseo de encontrar la verdad debajo de todas las alfombras».

Después de esto, no voy a adornarme fingiendo que lo estudié más de lo que lo hice. Yo leí aforismos de El sol de medianoche (2001) y de La nada griega (2013) en antologías y sólo un libro completo: La ventana invertida (2014).

Lo que no quita para que hubiese deseado fervientemente haber leído todos sus ensayos ni para que le deba una luz reflejada por lo que sí he leído. Como él sabía: «El recuerdo del bien es un reflejo. El recuerdo del mal, una mancha». Me dejó una guía importante, además, cuando dijo: «No es lo mismo hablar solo que hablar consigo mismo. Pero tampoco conviene confiarse». La diferencia estriba en que cuando hablo conmigo no estoy solo, me apoyo en los pensamientos de quienes quiero y admiro. Un ejemplo del mismo Catalán lo explicará mejor. Para no confundirme mucho necesito aplicarme su tipología de la envidia: «La envidia se encuentra tan universalmente extendida que hemos resuelto darle una oportunidad moral. "Envidia sana" es su nombre. Puestos a aceptar la distinción, yo la sustanciaría así: cuando experimento la envidia sana, lo que pretendo es ser igual que el envidiado. Cuando experimento la insana, en cambio, prefiero que el envidiado sea igual que yo». En estos tiempos de tanta envidia igualitaria como mentira de racimo, el aforismo de Catalán nos abre una ventana verdadera.

Que los que le trataron echen de menos a la excelente persona que, sin duda, fue. Que los que estudiaron su obra mayor, la elogien y continúen. Pero también los que tuvimos la suerte de compartir con él apenas unos momentos iluminadores en sus breves aforismos tenemos el deber y el honor de decirle: «Gracias».

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