La bañera de Marco Aurelio

San Pablo aconsejaba que para aprender a rezar había que ir al mar. Pero no habló de llevar flotadores ni manguitos

Lo más parecido al estoicismo es la bañera. Las bañeras deberían volver a las casas. La mampara y la ducha vip han suplido el encanto derrochador pero filosófico que tenían las bañeras. Decía Marco Aurelio que la bañera era un ejercicio de humildad, de conocimiento de uno mismo. Después de bañarse uno, en la espumilla de jabón flotaban los pelos, los diminutos residuos y “todas esas cosas repugnantes”. Ver lo que uno suelta en la bañera era un ejercicio espiritual: observar la pútrida espumilla ampliaba el autoconocimiento.

De modo que para qué ir a la playa, al embalse mesetario o a la piscina. Todos los años la playa en verano me remite al campo de concentración del placer del que hablaba Eugenio Trías. Un embalse me hace pensar en los clásicos muertos por ahogamiento de los que hablan las no menos clásicas noticias de agosto en Antena 3. Y, las piscinas, qué decir de las piscinas, esos cubículos de agua celeste cuyo fondo vidrioso nos convierte en potenciales parapléjicos. Las campañas para garantizar el baño seguro son otro hit del verano. Va uno a Denia, por poner, y su Ayuntamiento te entrega tu decálogo de consejos y advertencias, lo que te convierte en bañista seguro. El consejero Antonio Sanz presentó en la gaditana Playa de la Victoria el llamado Catálogo General de Playas de Andalucía. Al parecer, dicho catálogo contiene información sobre puestos de socorro, torres de vigilancia y puntos de reunión ante posibles maremotos. Incluso incluye un asistente conversacional para que el bañista pueda obtener pronta y efectiva respuesta a sus tribulaciones. Una maravilla, ¿no? San Pablo aconsejaba que para aprender a rezar había que ir al mar. Pero no habló de llevar flotadores ni manguitos.

Es verdad que la memoria es como un perro que se acuesta donde quiere (Cees Nooteboom). Todos los veranos una viñeta de Forges me lleva a la risa y al espantajo por los años que pasan como crepúsculos carbonizados. En una de aquellas series de Forges y su Verano Agostí, un juez condenaba con severidad a un pobre contribuyente a pasar treinta días de agosto en la costa levantina y en primera línea de playa bajo estricta vigilancia de su familia. ¡Glub!

Visto lo visto, la bañera de Marco Aurelio es lo único apto para el baño. No el espumeante jacuzzi de un spa. Ni las piscinas de lujo ni las municipales. Ni tampoco las bañeras blancas y calcáreas de Pamukkale, en Turquía, donde los turistas remojan sus adiposas carnes en el agua añil de los travertinos. Usemos la bañera de antaño, donde la espumilla color amarillo sanitario nos dice quiénes somos.

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