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Yo te digo mi verdad

Más Semana Santa

Llama la atención esa continua ampliación de palcos privados en las carreras oficiales, con el hurto consiguiente al disfrute de todos

No seré yo, impenitente descreído, el que se alegre de que la lluvia impida salir a las procesiones. Hay mucha gente que ha puesto ahí ilusiones, y también otras esperanzas menos espirituales, y a nadie beneficia que se frustren. No puedo participar de la ruin alegría de los que celebran las lágrimas de otros. Ni siquiera me da mi cinismo para eso. Pero eso tampoco hace que no se pueda tener una postura crítica, o al menos, dubitativamente escéptica sobre este fenómeno semanasantero que, contra todo pronóstico en un mundo cada vez más alejado de lo religioso, va en aumento.

En primer lugar, admira la manera en la que se está alargando la celebración. No ya el hecho de que los viacrucis previos estén creciendo en pomposidad, sino (corrijan a este ajeno a los fastos si se equivoca) la proliferación de nuevas cofradías y hermandades que sacan sus imágenes a la calle. Según creo recordar, no hace tanto la Semana Santa empezaba el Domingo de Ramos, y ahora ya hay cortejos desde el Viernes de Dolores, como síntoma de que no caben en los días marcados por el obsoleto calendario. Teniendo en cuenta las inclemencias meteorológicas de este año y las suspensiones inevitables, no sería de extrañar una especie de Semana Santa veraniega, para que puedan desquitarse los que no pudieron pasear su devoción cuando tocaba, como ocurrió con aquel Carnaval de la pandemia.

(Me) Llama también la atención la creciente dedicación de espacio público a estos acontecimientos religiosos y el apoyo incluso entre gobiernos municipales de corte más que laico, esa continua ampliación de palcos privados en las llamadas carreras oficiales, con el consiguiente hurto al disfrute de todos en las mismas condiciones. En San Fernando se ha llegado a construir un auténtico ‘sambódromo’ ante el remozado y hermoso Ayuntamiento, otorgándosele la máxima altura de representación institucional. A esto se añade el descarado uso que algunos particulares ‘listos’ hacen de aceras y rincones, colocando sillas de toda ralea para guardarse un sitio que de ninguna forma les corresponde.

Sería curioso, y seguramente arrojaría más de una sorpresa no necesariamente agradable, comparar cómo se han multiplicado las partidas dedicadas a los festejos en los presupuestos de los Ayuntamientos, y cómo lo han hecho los destinados, por ejemplo, a cultura o vivienda. Daría como resultado una radiografía bastante reveladora sobre las preocupaciones de las sociedades, y de sus autoridades.

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