Una de las cosas más fascinantes de la historia es encontrar en la gente del pasado -momificada en sus fotos, en sus óleos resecos, en sus mortajas- sesgos que nos dicen: "No somos tan distintos". Porque la modernidad habrá pasado por nosotros -por unos más que otros-, pero atávicamente somos lo mismo: hay resortes que saltan tal y como saltaban hace 500 años. ¿Quién no conoce las truculentas "máscaras de pico" que llevaban los médicos que (digamos) trataban a los enfermos durante la peste negra? Como disfraz de lo lúgubre hecho sobriedad, son difícilmente mejorables: la enorme capa de cuero negro, el sombrero de ala ancha y la máscara con pico córvido -que llevaba dentro hierbas aromáticas, como una especie de medida de asepsia-. Es inevitable ver las imágenes de la gente doblemente enmascarada en Venecia -antifaz y mascarilla sanitaria- y no sentir un vuelco.
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