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José De Mier Guerra /

Hacer la colada

20 de mayo 2012 - 01:00

No es mi intención, con los asuntos tratados en los últimos artículos, demostrar que cualquier tiempo pasado fue peor (para la mayoría de ciudadanos), sino ir contando lo difícil que resultaba para las mujeres y hombres de no hace mas de cincuenta años satisfacer necesidades cotidianas, que hoy gracias a la gran transformación de los medios utilizados por la sociedad pudieran parecer algo anecdótico y de la edad antigua. De todas maneras resulta espeluznante, al menos para mí, la evolución tan profunda que esta generación ha ido viviendo en muchos aspectos y fundamentalmente en lo relacionado con la calidad de vida. Nunca, a lo largo de la historia, en tan poco tiempo se ha progresado tanto y este periodo tan movible es el que nos ha tocado vivir a muchos que tal vez tengamos la obligación de contar lo que tan solo en la actualidad parece una pequeña anécdota, pero que en su momento fueron tareas fundamentales y dificultosas a las que necesariamente había que dedicarle muchísimo tiempo.

Os traigo hoy una tarea ordinaria y necesaria en la vida de cualquier familia y que estaba encomendada exclusivamente a las mujeres, en muchos casos se necesitaba la ayuda de la vecina, familiar o mujeres de fuera de la casa para desarrollarla, ya que era muy difícil que una madre de familia pudiera realizarla sola, se trataba de realizar "la colada".

Hoy entendemos esta expresión como lavar la ropa y es algo que se realiza con normalidad, a diario y en muchas ocasiones por el padre de familia. En su origen esta expresión era necesaria para poder limpiar la ropa blanca.

Para empezar los tejidos no eran los mismos, aquellos eran mas duros y mucho mas difíciles de adecentar, tampoco se cambiaba tanto de ropa, la ropa blanca se utilizaba la misma durante mas tiempo que hoy, aunque ya estuviera un poco brillosa y parduzca. Con lo que esta ropa, una vez sucia se guardaba hasta poder hacer "la colada" que se hacía en el mejor de los casos una vez al mes. He leído que en algunos pueblos que disponían de lavaderos públicos o algún riachuelo que permitía lavar, esta colada se llegaba a realizar solo dos veces al año.

En muchas casas se fabricaba el jabón para lavar, utilizando (reciclando) el aceite usado que se guardaba en algún tarro u orza de barro. Con sosa caustica, agua y sal se conseguía un liquido (lejía caustica) al que se añadía cuidadosamente y moviendo en un solo sentido el aceite que ya no servía para freír, la pasta resultante se calentaba hasta punto de ebullición, dejada enfriar y en moldes se obtenía un jabón que era muy útil en las labores de la casa.

La tarea de la colada empezaba con lavar la ropa, con jabón y la tabla de lavar o lavadero, en un gran lebrillo, de esta forma y después de mucho frotar sobre la superficie rugosa de la tabla se le daba un primer "ojo" a la ropa, para luego proceder a un primer enjuague. A esta ropa, una vez escurrida, se la introducía en un gran cesto de mimbre, que se asentaba sobre dos tiras de madera colocadas encima del gran lebrillo, se tapaba el conjunto de la ropa con un gran paño que tendría que jugar el papel de filtro. Sobre ese paño se iba esparciendo agua caliente con lejía de ceniza ( también elaborada en la casa), de tal manera que empapando todo el paquete de ropa escurría hacia abajo y se recogía en el lebrillo, esta misma agua se hacía pasar una y otra vez, volviéndola a calentar y siempre rociando por encima y recogiéndola por debajo. Realmente lo que se conseguía era una casi total desinfección de la ropa, no solo se trataba de eliminar bacterias microscópicas sino en muchas ocasiones era necesario acabar con piojos y liendres que traía la ropa.

Esta ropa blanca, más bien oscurita, había que volver a lavarla y algunas veces darle más de un ojo hasta que se percibiera la desaparición de las manchas. El proceso terminaba con un secado de toda la ropa al sol, "solear" o "asolear", era imprescindible que este le diera con fuerza, era necesario "tender la ropa" en los "tendederos" y darle la vuelta en ocasiones para que los rayos de sol ayudaran a la desinfección y a conseguir la blancura necesaria. La necesidad de la azotea en las casas se hacía imprescindible para este fin.

Con esto terminaban no terminaban las tareas, solo la colada, pues esta ropa antes de poder usarse, había que "almidonarla" y plancharla, con planchas calentadas al fuego ya que tampoco existía la plancha eléctriica.

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