Se acabó. Dejemos a un lado los excesos gastronómicos, el estrés del consumismo a toda pastilla, la tarjeta de crédito en llamas pidiendo clemencia, el torbellino que te lleva en manada hacia una fiesta que empieza con la celebración del nacimiento de un hombre humilde y pobre y que ha acabado pervertida en una orgía de compras. Tenemos de todo pero queremos más. Somos insaciables.Mañana volverá a sonar el despertador a la hora que los niños tienen que irse al colegio y la rutina de la que siempre huimos se convertirá en una bendición. Y aunque siempre quedan momentos agradables con la compañía de la familia que tanto se echa de menos en el día a día y la ilusión que te contagian los más pequeños, el exceso cansa. Comienza el desmontaje de los árboles de Navidad y los nacimientos y la peregrinación a las tiendas para devolver los desajustes de los Reyes. Hasta dentro de un año.

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