A veces es agotador ver cómo iniciativas positivas por parte de nuestros políticos locales son echadas continuamente por tierra. Un veneno derrotista que va calando en el portuense. Obviamente, tomar decisiones siempre conlleva el riesgo de la equivocación. Pero, ¿siempre todo está mal?

Pongamos algunos ejemplos. Se renuevan las instalaciones de un campo de fútbol, y se recrimina que no se fomenten otros deportes. Se arreglan las calles de un barrio, y los vecinos de otra zona de la ciudad preguntan cuándo les toca a ellos. Se diseñan nuevos parques infantiles, y algunos recriminan que sean solo para niños y no para el ejercicio de personas mayores. Si la ciudad está sucia, es que el gobierno no hace nada; si se multa a los incívicos, es que se está castigando desproporcionadamente.

Se consigue ampliar un evento musical internacional, y resulta que es una incomodidad para la ciudad. Porque claro, tanto foráneo nos deja El Puerto hecho un asco. Queremos crear empleo y que El Puerto esté en boca de todos, pero no somos capaces de tolerar ciertas incomodidades.

Y las fiestas y tradiciones de la ciudad no se salvan. Si en Navidad se organiza un pasacalles de Papá Noel, llegan los que reivindican la tradición de los Reyes Magos. ¿Acaso han sido sustituidos? Si en Semana Santa se engalana la ciudad, es que es un exceso, y si se recorta en este sentido, es que el gobierno no respeta una determinada fiesta. Si en Carnaval se agenda el pregón el sábado para atraer más gente al centro, aparecen los que opinan que resta protagonismo al ambiente de la calle. Si el Ayuntamiento contrata una agrupación puntera, a pesar de lo que dijo en el pasado, es que no estamos siendo coherentes. Pero si no se traen grupos del Carnaval de Cádiz, no faltan los que acusan al concejal de turno de ser cutre.

Si en la Feria se opta por una portada que es noticia en toda España, saltan los que consideran que hacemos publicidad de una empresa privada. La inconformidad también destaca en el ámbito cultural. Si en nuestro Teatro Municipal se programan obras digeribles y amenas, los entendidos consideran que bajamos la calidad teatral, y si las obras tienen un enfoque más moderno y vanguardista, resulta aburrido para el público general. No hay forma de acertar.

Y, realmente, todo se resume a la convivencia y la empatía. Pensar que el dinero público no siempre se tiene por qué invertir en nuestras necesidades, o en nuestros propios gustos. Es tremendamente difícil satisfacer a un conjunto de población de casi 100.000 habitantes.

Este es un mal que en El Puerto han sufrido los gobiernos de todos los colores. Lo sabe bien David de la Encina, que fue criticado por iniciativas realmente positivas para la ciudad. Le pasa actualmente al equipo de Germán Beardo y, desgraciadamente, ocurrirá con los próximos que ocupen el sillón. Siempre he sentido cierta empatía por aquellos que soportan sobre sus hombros la, nada fácil, responsabilidad de la gestión municipal.

Uno no es mejor ciudadano por quejarse obsesivamente de los que toman las decisiones. La insatisfacción constante de una parte de la ciudadanía, continuamente en modo de protesta. Solo hay que echar un ojo a las redes. ¿Nunca estamos contentos? Esto no implica una ciudad cerrada al debate, pero que sea constructivo. Y los políticos deben generar espacios de interacción con la ciudadanía. Para hablar sin tapujos, pero también sin ataduras ideológicas. Aun así, claramente, en El Puerto nunca llueve a gusto de todos.

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