Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

No le dé más vueltas, al paso que vamos la maquinaria del Estado terminará por devorarnos; es la ley inexorable del comunismo. ¿Quiere pruebas de que ya está ocurriendo aquí? Ahí van. 

Si supuestamente el tinglado del Estado es el conjunto de instituciones creadas para establecer equilibrio de poderes y así, con justicia y ecuanimidad, velar y proteger a los ciudadanos, está claro que entre el socialismo de pandereta, el comunismo bolivariano y la perversidad de los independentistas se tiende hacia todo lo contrario. Ahí están los presupuestos, las facturas que habrá que pagar por ellos y la constante de los podemitas con su plan de nacionalizar y socializar los ahorros o estatalizar la economía acabando con la iniciativa privada.

Demasiadas veces se achaca a la incapacidad de los que dicen gobernarnos los resultados funestos que se ve a cada paso. Creo que en esto de la incapacidad existe un error de valoración: no son incapaces, son perversos porque son conscientes de lo que hacen, y no hay paso que no den que no esté dirigido a romperlo todo para implantar ese comunismo fracasado cuya excusa es un indeterminado populismo que, en realidad, cualquier ciudadano normal y corriente  sabe que es el nombre que se le da hoy al progresismo que, poco a poco, se está haciendo el amo de todo, que corroe y acosa a las instituciones y, consecuentemente, a la desnaturalización de las personas. 

Es trágico, pero la pandemia ha venido para facilitarles la labor de zapa; al fin y al cabo todas las revoluciones han sido posibles gracias a un estado de excepción, bien por abusos de poder o por debilidad de los gobiernos, pero si se tiene en cuenta que ninguna revolución ha triunfado jamás, habrá que pensar que las diferencias entre unas y otras sólo han consistido en los cambios de nombres de los protagonistas.En esa estamos. Resulta anacrónico que aún sobrevivan conceptos tan peregrinos como las ideologías, sean de izquierdas o de derechas; en todo caso si la finalidad de ambos bandos fuera la misma, el bienestar de los ciudadanos, el uso de las ideas debieran limitarse para establecer un orden de prioridades en las soluciones que la sociedad necesita en cada momento. 

Pero parece ser que no, que esto es un imposible en tanto en cuanto prevalece la ambición por detentar el poder antes que buscar y procurar el bien común, concepto éste que no necesita de colores, sino de eficacia. Si de verdad se hiciera alguna encuesta seria se llegaría a la conclusión de que el ciudadano no quiere héroes, sino gentes normales, honestas, que sean capaces de proporcionarle seguridad y confianza: un trabajo seguro en función de su preparación y esfuerzo; una vida sin sobresaltos y un retiro digno para asegurarse la independencia que es, a no dudarlo, el estado al que se llega cuando se necesita poco, cuando cada uno está moderadamente satisfecho consigo mismo. Y nada de esto se ve en el horizonte.

En esa estamos. Y ese es el peligro.

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