Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

No, no voy a referirme al libro del mismo título cuyo autor, Søren Kierkegaard, que formó parte de aquellas lecturas que los progres de pantalón bombacho practicábamos como reacciones instintivas en la España pastueña que nos tocó vivir en nuestra primera juventud. Junto a Kierkegaard, Proust, Flaubert, Sartre… sin excesos, esa es la verdad. Inicialmente más con ánimo de epatar que de abrirnos ventanas a otros horizontes distintos a la España como unidad de destino en lo universal; pero poco a poco, casi sin pretenderlo, terminamos entendiendo que los españolitos de entonces teníamos otras alternativas que la de ser héroes o santos. Dicho esto con toda humildad y pidiendo perdón al progresismo ahora imperante que se limita al vale todo.

Si utilizo este título es porque en la situación de crisis y de alarma social que vivimos, donde ni siquiera el sacrificio de tantos consigue amortiguar la ineptitud de unos pocos, alguna relación debe existir entre el vivir como si no hubiera mañana y la resignación de que nos recluyan en casa por culpa de insensatas actuaciones. Y aquí es donde aparece el temor y el temblor. 

La confusión que implica no saber diferenciar la libertad con el libertinaje premeditado es igual de grave que la que existe entre la educación y la información. En el primer caso siempre se convierte en anarquía y en el segundo en que la razón solo depende de una mayoría subvencionada y de los revanchistas que tienen la oportunidad de romper con todo a pesar de ser unos ineptos que sólo van a lo suyo.

El temblor es una consecuencia involuntaria del temor; es decir, del miedo que éste produce, y no solo se manifiesta con movimientos incontrolados del cuerpo, sino como pórtico a depresiones, angustias y desconfianzas en uno mismo cuando se llega a la conclusión de la indefensión real en la que nos encontramos es tanto mayor cuanto más atribuciones se arrogan los que dicen protegernos.Temor y temblor son consecuencias de una cierta cobardía y del sometimiento a otras voluntades; al acatamiento de lo imposible sin ser sometido a razones. Este era el planteamiento inicial que Kierkegaard se hacía ante el hecho de que Abraham, obedeciera a Jehová ciegamente para dar muerte a su propio hijo, Isaac, sin preguntase ni preguntarle razón alguna. Obediencia ciega o amaestramiento animal. La verdad es que para un servidor —lo he expresado en alguna ocasión— el Yahvé del Antiguo Testamento tuvo momentos muy controvertidos. Dejémoslo ahí.

Según todo lo anterior parece ser que lo ideal sería poder vivir sin temores ni temblores, que ya la naturaleza se encarga siempre de ponerlos de actualidad, como se está viendo y sin necesidad de que nadie con los pretextos de las ideologías y/o las religiones, nos amenacen con fuegos sean diarios o eternos.Pero lo más triste es que el origen de los temores y temblores que actualmente nos afligen tengan nombres y apellidos y que todos, para mayor escarnio, saquen a relucir sus escasas luces, sus odios irracionales y sus almas podridas con toda impunidad sin que haya ni uno solo en quien confiar. Solo en la generosidad de los voluntarios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios