El mundo se mueve desde hace varios meses en muchos de sus parámetros, sobre todo los económicos y comerciales, al compás de las balas y las bombas que siguen protagonizando el día a día de la vida en Ucrania. La invasión realizada por Rusia no ha sido, como pronosticaron muchos expertos, una campaña rápida y sometedora, sino que se ha convertido en una cruenta acción de guerra que se dilata en el tiempo y que parece una compañera más de este trozo de historia de Europa que nos ha tocado vivir. La guerra sigue y casi parece que no molesta salvo cuando tiene repercusión en nuestro bolsillo. Nos acordamos de ella cuando se anuncian las subidas de la gasolina, los alimentos, el gas, la electricidad... Mientras, las balas silban, los cohetes resuenan y las bombas arrasan ciudades y personas. Es lo malo que tiene ser sordos de conveniencia. Solo falta alguien que diga: "Es la guerra, idiota".